Sarah_Morales - Versión para impresión

Sarah_Morales
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Edad: 30 años
Raza/Especie: Humano
Género: Femenino
Ocupación: Delincuente / Ladron

Nacimiento

Sarah Morales nació en un hospital de Tokio, Japón, en una noche lluviosa de diciembre. Su llegada al mundo no fue fácil: fue una bebé prematura, luchando por respirar en una incubadora, mientras sus padres, inmigrantes latinos que habían llegado al país por trabajo, se enfrentaban a un idioma y cultura ajenos, sumidos en la angustia de la incertidumbre. Su madre, Charlotte, había llegado desde Buenos Aires buscando una vida mejor para su familia, pero la realidad que vivieron en Japón no era la que soñaban.

Circunstancias del nacimiento
El primer año de vida de Sarah estuvo marcado por visitas frecuentes al hospital, y su salud, delicada, la hizo una niña frágil en los primeros años de su vida. Sin embargo, al llegar a la edad escolar, comenzó a adaptarse al entorno japonés, pero no encajaba del todo. El contraste de su origen latino con la cultura nipona le hizo sentirse siempre algo apartada, siempre percibiendo una barrera invisible entre ella y los demás niños. Cuando tenía siete años, la familia se vio obligada a regresar a Argentina por razones económicas. El trabajo de su padre en Japón no había sido tan próspero como esperaban, y la nostalgia por su tierra natal terminó por ganarles.
El regreso a Argentina fue un cambio radical. En Buenos Aires, Sarah ya no era la niña exótica y diferente de Japón, sino la "extraña" que había vivido fuera. Sus compañeros de escuela la miraban con curiosidad y recelo. Su acento japonés mezclado con modismos porteños la hacía destacar, pero no de una manera agradable. En su barrio, la dureza de las calles le enseñó rápidamente a defenderse, a ser fuerte.

Adolescencia
La adolescencia fue un terreno aún más complicado. La tensión entre la nostalgia por Japón y la adaptación forzada a la vida en Argentina se volvió una lucha constante en su interior. A sus 13 años, Sarah se comenzó a involucrar con un grupo de chicos más grandes que, al principio, la aceptaron como una más, hasta que se dio cuenta de que lo que realmente necesitaban de ella era alguien que no tuviera miedo de hacer lo que fuera necesario para sobrevivir. La vida no era fácil en su barrio. La violencia, la pobreza y las expectativas familiares de tener éxito en un mundo que parecía estar en su contra la empujaron a tomar decisiones difíciles.
Con el paso de los años, se fue rodeando de personas de la calle, personas que ya no veían la vida como un camino de posibilidades, sino como una serie de decisiones que a veces no tenían retorno. Fue a esa edad, cuando Sarah tenía 16 años, que dio el primer paso hacia el abismo: el robo. No lo hizo por gusto, ni por orgullo. Lo hizo porque era la única forma que conocía de sobrevivir, de protegerse, de no ser una víctima más de la ciudad. Cometió pequeños delitos primero, cosas que le daban lo necesario para su día a día: dinero, comida, ropa. Pero pronto las situaciones fueron escalando. Se volvió una pieza respetada en el mundo clandestino, y a pesar de su juventud, su astucia y su personalidad de hierro la hicieron invulnerable a los intentos de quienes querían quitarle lo que había ganado.
A lo largo de los años, su vida se llenó de caos. Comenzó a hacer trabajos más arriesgados, involucrándose con gente de alto calibre. Los robos a bancos, la extorsión, los ajustes de cuentas. Pero lo que la distinguió de otros criminales fue su respeto. Sarah jamás despreció a quienes trabajaban con ella, ni a quienes se cruzaban en su camino. Tenía un código: no lastimar a los inocentes, nunca traicionar a aquellos que le habían sido leales. Incluso cuando sus propios compañeros de crimen caían, ella siempre tomaba el tiempo para velar por las familias que dejaban atrás, asegurándose de que sus hijos tuvieran un futuro más allá de la pobreza.
Era temida, sí, pero también respetada. Nadie osaba traicionar a Sarah Morales, porque sabían que si lo hacían, no solo perderían su vida, sino el respeto de todos los que la rodeaban. Ella, en sus momentos de soledad, miraba el reflejo de su vida y pensaba que la dureza del mundo no era una excusa para perder la humanidad. Quizás nunca fue la heroína de su propia historia, pero sí fue alguien que logró, a su manera, encontrar la dignidad en un mundo que la había olvidado.
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El tiempo la alcanzó, como a todos los que eligen ese camino. A los 30 años, tras un enfrentamiento con la ley, Sarah fue arrestada. Durante el juicio, los fiscales intentaron pintarla como una criminal sin remordimientos, pero las familias que había ayudado, los compañeros de los que nunca se había separado, testificaron a su favor, reconociendo su integridad dentro de la oscuridad.
Sarah nunca se consideró una buena persona. Pero tampoco se consideró mala. Simplemente fue un producto de las circunstancias que había aprendido a sobrevivir con respeto, aunque el precio fuera alto. Y al final, cuando la cárcel le cerró las puertas, supo que, al menos, no había traicionado los valores que forjó en una vida llena de lucha.