Capítulo 1:
La Cidad en el HorizonteAleska Zielinsky, con sus 19 años, caminaba por las calles adoquinadas de Araboth como si fueran el reflejo de su vida misma: un lugar lleno de historia y secretos por descubrir. Sus cabellos castaños, recogidos en una coleta desordenada, se movían suavemente con la brisa del amanecer, mientras sus ojos, de un azul profundo, observaban el ajetreo habitual de la ciudad que nunca descansaba.

Araboth era una ciudad antigua, un crisol de culturas que se habían entrelazado a lo largo de los siglos. Con sus callejones serpenteantes y mercados bulliciosos, el lugar parecía tener vida propia. Para Aleska, sin embargo, todo era demasiado familiar. Había crecido aquí, en la casa de su familia, un pequeño pero acogedor edificio de tres pisos situado cerca del Mercado Central, que era el corazón de la ciudad. Allí, entre las especias, telas y artefactos exóticos que sus padres vendían, había aprendido a escuchar las historias que los viejos comerciantes compartían al final de cada jornada.

Su madre, Natalia Zielinsky, era una curandera de renombre, conocida por su habilidad para preparar remedios naturales con hierbas de la región. Siempre había sido una mujer de sabiduría tranquila, con manos suaves pero firmes, que curaban tanto cuerpos como almas. Su padre, Mikhail Zielinsky, un hombre de presencia imponente pero de corazón generoso, dirigía un pequeño negocio de antigüedades y artefactos antiguos. Era un hombre meticuloso, apasionado por el estudio de los objetos históricos que compraba y vendía.

Aleska había heredado de su madre el amor por la naturaleza y la conexión con el mundo espiritual, mientras que de su padre había adquirido el deseo de entender los misterios del pasado. Su vida en Araboth había sido tranquila, pero siempre había sentido que algo estaba más allá de lo que veía. Una sensación extraña, como si la ciudad escondiera secretos que su familia había estado guardando durante generaciones.

Esa mañana, como todas las demás, Aleska iba al mercado para ayudar a sus padres, pero algo en el aire parecía distinto. Los rumores sobre algo inusual en los alrededores de Araboth se habían intensificado en los últimos días. Había murmullos sobre desapariciones y extraños sucesos en las afueras de la ciudad, pero nadie parecía tener respuestas claras.

Aleska llegó al mercado y comenzó a organizar las hierbas y frascos con remedios que su madre había preparado con esmero. Mientras trabajaba, vio a sus dos mejores amigos acercarse: Kieran y Lira.

Kieran era un joven de cabellos oscuros y mirada desafiante, con una actitud de quien siempre está buscando algo más, algo que le saque de la rutina. Había sido amigo de Aleska desde la infancia, y aunque su relación no era de las más convencionales, siempre se habían entendido con una complicidad silenciosa.

Lira, por otro lado, era el contraste perfecto. De carácter amable y dulce, con una sonrisa que iluminaba la plaza, Lira era la hija del panadero local, y su familia había sido amiga de los Zielinsky durante generaciones. Aunque a menudo prefería evitar el caos de los mercados, siempre encontraba tiempo para charlar con Aleska y sus otros amigos. Su risa era como una melodía alegre, siempre capaz de levantar el ánimo incluso en los días más grises.

—¿Ya escuchaste sobre las desapariciones, Aleska? —preguntó Kieran, dejando caer su mochila sobre la mesa donde Aleska trabajaba.

—Sí, he escuchado algo. La gente está preocupada, pero nadie sabe realmente qué está pasando —respondió Aleska, sin dejar de organizar las hierbas.

Lira frunció el ceño, mirando alrededor con desconfianza. —Hay rumores de que algo se mueve en el bosque cerca de la ciudad. Y no solo animales… Hay quienes dicen que es algo… diferente.

Aleska levantó la vista y miró a sus dos amigos. Había algo en sus palabras que la inquietaba, algo que hacía que una sensación incómoda le recorriese la columna. Sabía que Araboth no era un lugar común, pero nunca imaginó que las cosas pudieran ponerse tan extrañas.

Esa noche, después de que el mercado cerró, Aleska se encontró con Kieran y Lira en la plaza de la ciudad. Decidieron investigar por su cuenta las desapariciones que se mencionaban en los rumores. Aunque no sabían qué estaban buscando exactamente, algo les impulsaba a no dejar que el misterio se desvaneciera sin más.

La plaza estaba desierta, con solo la luz de los faroles iluminando las sombras alargadas de los edificios. La ciudad parecía más silenciosa de lo habitual, como si estuviera esperando algo.

—Vamos a la colina del este —dijo Kieran, con una sonrisa un tanto nerviosa—. Es el lugar más cercano al bosque, y la gente dice que se escuchan ruidos extraños de allí.

Aleska dudó un momento, pero la curiosidad pudo más. Asintió y los tres comenzaron a caminar en dirección al este, hacia la colina que dominaba el paisaje de Araboth.

A medida que se acercaban al borde del bosque, una brisa fría comenzó a soplar, y las ramas de los árboles crujían de manera inquietante. La oscuridad parecía más densa en ese lugar, como si el bosque en sí mismo estuviera vivo, observando.

De repente, un grito desgarrador resonó en la distancia, un sonido que parecía provenir de lo profundo del bosque. Aleska se tensó, y sus amigos la miraron con miedo.

—¿Qué fue eso? —preguntó Lira, con voz temblorosa.

Kieran, más audaz que nunca, comenzó a caminar hacia el bosque. —No lo sé, pero debemos averiguarlo.

Aleska y Lira se miraron, luego decidieron seguirle. Sabían que no podían dejar que Kieran fuera solo. Avanzaron con cautela entre los árboles, el sonido del viento moviendo las hojas alrededor de ellos.

Al llegar a un claro, vieron una figura sombría, una silueta que parecía estar flotando sobre el suelo. Era una figura humana, pero su rostro estaba cubierto por una capa oscura que brillaba con una luz extraña. De sus manos colgaban cadenas que tintineaban con cada movimiento.

—¡Vámonos! —gritó Aleska, pero ya era demasiado tarde.

La figura los miró con unos ojos brillantes que parecían atravesar sus almas. Antes de que pudieran reaccionar, la figura desapareció en un destello de luz, dejando atrás una sensación de frío y terror.

Esa noche, Aleska no pudo dormir. La imagen de la figura en el bosque seguía persiguiéndola, y la sensación de que algo siniestro acechaba en las sombras de Araboth crecía más cada minuto. Decidió que necesitaba hablar con sus padres, quienes siempre habían sido un refugio para ella.

Cuando llegó a casa, encontró a su madre en el pequeño jardín, recogiendo unas hierbas para preparar un remedio. Natalia le sonrió con suavidad, pero al ver la expresión seria de su hija, su rostro cambió.

—¿Qué pasa, Aleska? —preguntó con tono preocupado.

—Madre… ¿hay algo que no me hayas contado sobre nuestra familia? —preguntó Aleska, sentándose junto a ella.

Natalia se quedó en silencio por un momento, como si estuviera decidiendo si debía decirle lo que sabía. Finalmente, habló.

—Tu abuelo, mi padre… él era un hombre muy sabio, pero también estaba muy ligado a antiguos secretos. Araboth tiene una historia que pocos conocen. Hay fuerzas en esta ciudad, fuerzas que se remontan a tiempos más oscuros. Nosotros, los Zielinsky, hemos sido guardianes de esos secretos durante generaciones.

Aleska escuchó atentamente, y por primera vez, sintió el peso de la historia de su familia sobre sus hombros. Los rumores sobre la desaparición de personas, las extrañas figuras en el bosque, todo encajaba de alguna manera.

—¿Qué debemos hacer, madre? —preguntó Aleska, con la sensación de que todo lo que conocía estaba a punto de cambiar para siempre.

Natalia la miró con seriedad.

—Es hora de que aprendas lo que significa realmente ser una Zielinsky, Aleska. Hay algo que debemos proteger… algo que solo tú puedes entender.

Y así, la joven de 19 años, junto a sus amigos y su familia, se adentró en los oscuros secretos de Araboth, sin saber que su vida y la de todos los habitantes de la ciudad estaba a punto de ser transformada para siempre.

Participantes Aleska_Zielinsky