12-11-2024, 01:14 PM
Infancia
Cuando Jerry tenía cuatro años, las cosas empezaron a cambiar. Li Wei había logrado un buen trabajo en la ciudad, pero la vida en China resultaba más difícil de lo que Eliza había imaginado por la delincuencia en ese lugar. A pesar de sus esfuerzos por integrarse, a menudo sentía que las diferencias culturales y el idioma representaban un obstáculo para encontrar un lugar donde su hijo pudiera crecer con todas las oportunidades que merecía. Por otro lado, en Guatemala, Eliza sabía que su familia y su cultura podrían ofrecerle una vida distinta, con menos barreras sociales y más cercanía a sus raíces.Un día, después de una larga conversación, Eliza le dijo a Li Wei que quería llevar a Jerry a Guatemala. Aunque Li Wei amaba profundamente a su hijo y entendía sus razones, le costaba imaginarse una vida lejos de su tierra natal. Pero al ver la determinación en los ojos de Eliza y entender su deseo de ofrecerle a su hijo una mejor vida, Li Wei aceptó con el corazón apesadumbrado.
Así fue como, en el año 2009, Jerry y su madre se embarcaron en un largo viaje hacia un barrio de Guatemala, en las periferias de la ciudad, donde la pobreza y la violencia se entrelazan en una danza mortal. Su hogar era una pequeña casa de concreto, apretada entre otras viviendas deterioradas, todas tan deterioradas como las esperanzas de quienes las habitaban. La tierra en la que vivía era árida, tanto como el futuro que muchos veían para él.
Desde muy joven, Jerry aprendió a vivir entre las sombras de la ciudad, donde las calles eran más peligrosas que los propios temores. Su madre, Eliza, trataba de enseñarle los valores de la honestidad y el trabajo duro, pero el entorno en el que vivían no ofrecía muchas oportunidades para seguir esos consejos. Las familias trabajaban en mercados, vendiendo lo que podían para sobrevivir, pero la vida de Jerry pronto se vio marcada por la violencia que recorría cada rincón del barrio.
Juventud
A los doce años, Jerry ya era conocido en su barrio. No por sus habilidades escolares ni por su trabajo en la tienda de su madre, sino por su habilidad para moverse con rapidez entre las calles y evadir problemas. A esa edad, su madre ya había comenzado a perder la esperanza de que su hijo siguiera un camino distinto. "No es por ti, Jerry", le decía entre sollozos, "es por todo lo que nos rodea. Nadie se salva aquí."Con el tiempo, Jerry se convirtió en un joven temido. No por su agresividad, sino por su astucia. Aprendió a leer las caras de las personas, a identificar sus miedos, y a usar esa información a su favor. Era un niño que había crecido entre disparos y cadáveres, entre mujeres que ban y hombres que vendían sus almas por un par de quetzales. Y aunque nunca llegó a ser tan despiadado como algunos de sus compañeros, Jerry Estrada comprendió una cosa: en ese mundo, los débiles no sobreviven, solo los más fuertes. Nadie te pide permiso para vivir si no tú mismo te lo permites.
Adultez
En un giro irónico, Jerry se dio cuenta de que el poder que había buscado toda su vida ahora le pesaba más que cualquier otra cosa. Empezó a cuestionar su lugar en el mundo. En las noches más oscuras, cuando todo estaba en silencio, pensaba en su madre, en las palabras que le había dicho. Pero ya era tarde para arrepentirse; la red quehabía tejido alrededor suyo era demasiado densa para escapar
A los 18 años, Jerry ya había demostrado su valía en el mundo de los delincuentes, pero también sabía que el precio de ese poder era su alma. Un día, después de haber robado las pertenencias de una persona, se detuvo en medio de la calle, mirando al horizonte. Vio las luces de la ciudad brillar como estrellas lejanas, pero no sentía la emoción que había imaginado. La vida, en su forma más cruda, le había ofrecido lo que buscaba: control, respeto y dinero. Pero todo lo que quedaba era vacío.
Actualidad
En un momento de claridad, recordó el rostro de su madre, las tardes en las que caminaban juntos por el mercado, los días en que aún existía algo de esperanza. Y aunque sabía que no podría escapar de lo que había hecho, sentía en su interior el deseo de no seguir ese camino, de dejar atrás la delincuencia, de liberarse de las cadenas invisibles que lo mantenían prisionero.Pero el tiempo ya había pasado. En las sombras de su mente, sabía que no podía escapar. Y mientras caminaba de vuelta hacia la casa que nunca había querido abandonar, comprendió que, en realidad, nunca había tenido una elección.