12-11-2024, 05:15 PM
Ko'at_Desmarais nació en un pequeño vecindario de la Isla de Francia (Île-de-France), una zona aparentemente tranquila, pero marcada por la pobreza y la violencia doméstica. Desde su primer aliento, su vida estuvo marcada por la adversidad y la soledad.
Fue hija de un hombre llamado Gérard Desmarais, un alcohólico y golpeador que rara vez estaba en casa. Su madre, Camille,
decidió abandonarla cuando apenas tenía 6 años, dejándola al cuidado de su abuela materna, Tsyrev’a, una mujer sabia pero severa,
cuyo temperamento áspero no hacía lugar para la indulgencia
El padre de Ko'at, Gérard, era una sombra que aparecía esporádicamente, borracho y lleno de ira. Cada vez que entraba a la casa, Ko'at sabía que el caos estaba a punto de desatarse. Los gritos, las peleas y los golpes eran parte del paisaje diario. Gérard nunca fue una figura paterna. En su lugar, Ko'at vivió con miedo y desconfianza hacia cualquier figura masculina. Sin embargo, en algún rincón de su mente, el miedo se transformó en una extraña fascinación por el poder que los hombres parecían tener sobre las mujeres en su vida. Años de observar la debilidad de su madre y la violencia de su padre sembraron la semilla de su propia complejidad moral
Cuando Ko'at tenía 6 años, su madre la dejó, aparentemente para escapar de su propio sufrimiento. Camille, quien había estado viviendo en un ciclo de abuso con Gérard, se fue a otro lugar para rehacer su vida, sin mirar atrás. El abandono de Camille dejó una marca profunda en Ko'at, quien, a pesar de su corta edad, ya comprendía que el amor era algo efímero e impredecible. La niña quedó con la sensación de que nadie la quería realmente y que su única opción era aprender a valerse por sí misma
A los 16 años, Ko'at Desmarais ya no era la niña curiosa y traviesa que se deslizaba entre las sombras, robando pequeñas cosas de tiendas y mercados. Ahora era una joven de mirada fija, rostro endurecido por la vida, y un corazón herido por una pérdida que la sumió en una profunda oscuridad.
La muerte de su abuela Tsyrev’a_Xyryvyv fue el golpe que la empujó al abismo. Tsyrev’a había sido la única figura de autoridad en su vida, aunque su amor fuera áspero y su educación fría. La abuela era todo lo que Ko'at conocía, su refugio y su peor maestra al mismo tiempo. Había crecido a su lado, había aprendido de ella a sobrevivir en un mundo de hombres crueles, y, en un giro irónico, fue Tsyrev’a quien, en su manera dura, había sido su única protección. La vieja mujer había muerto de una enfermedad que la consumió lentamente, sin ofrecer a Ko'at la oportunidad de despedirse adecuadamente.
Cuando Tsyrev’a murió, Ko'at se sintió vacía. Todo lo que había conocido y con lo que había aprendido a vivir se desvaneció. Su padre, Gérard, estaba en prisión por múltiples cargos relacionados con la violencia y el abuso, y ahora Ko'at estaba sola. Abandonada por su madre, rechazada por su padre, y sin la presencia de la única persona que la había formado, Ko'at cayó en un estado de desesperación profunda.
Pasó semanas en la oscuridad de su habitación, sin salir, sin hablar con nadie. La joven, en el proceso de formar su identidad, se vio arrasada por el dolor de la pérdida. El mundo que conocía ya no tenía sentido. Un día, sumida en el caos de su mente, lo intentó. Un intento fallido de quitarse la vida. No buscaba escapar del mundo como tal, sino terminar con el peso de la soledad y la culpa que cargaba. Sin embargo, al despertar, algo en su interior había cambiado. Quizá fue el miedo de estar atrapada en un vacío eterno o tal vez una chispa de supervivencia que nunca había dejado de arder en su interior, pero la decisión de seguir adelante fue inevitable.
Fue en ese momento cuando una revelación la sacudió. Descubrió que tenía hermanos, hermanos de sangre que estaban perdidos en algún lugar del mundo. Eran fruto de las relaciones que su madre había tenido antes de abandonarla, una red de familiares dispersos por otras ciudades, tal vez incluso por otros países. La idea de encontrarlos, de reunirlos, le dio una nueva razón para seguir. No estaba sola. Había más como ella, con historias rotas y conexiones perdidas. Quizá, pensó, podían ser la clave para reconstruir lo que quedaba de su vida.
Pero encontrar a sus hermanos requeriría dinero. Y para conseguir dinero, Ko'at necesitaba ser más astuta que nunca.
La joven, decidida a escapar de su pueblo, comenzó a moverse por los rincones oscuros del vecindario. Sabía que la vida de delincuente no era solo una cuestión de supervivencia, sino de estrategias y alianzas. Había observado durante años cómo los traficantes, los ladrones y los hombres de negocios oscuros hacían dinero de formas que ella todavía no comprendía del todo. Ahora, a sus 16 años, estaba lista para dar el siguiente paso.
Fue hija de un hombre llamado Gérard Desmarais, un alcohólico y golpeador que rara vez estaba en casa. Su madre, Camille,
decidió abandonarla cuando apenas tenía 6 años, dejándola al cuidado de su abuela materna, Tsyrev’a, una mujer sabia pero severa,
cuyo temperamento áspero no hacía lugar para la indulgencia
El padre de Ko'at, Gérard, era una sombra que aparecía esporádicamente, borracho y lleno de ira. Cada vez que entraba a la casa, Ko'at sabía que el caos estaba a punto de desatarse. Los gritos, las peleas y los golpes eran parte del paisaje diario. Gérard nunca fue una figura paterna. En su lugar, Ko'at vivió con miedo y desconfianza hacia cualquier figura masculina. Sin embargo, en algún rincón de su mente, el miedo se transformó en una extraña fascinación por el poder que los hombres parecían tener sobre las mujeres en su vida. Años de observar la debilidad de su madre y la violencia de su padre sembraron la semilla de su propia complejidad moral
La Niñez de Ko'at_Desmarais
Era un día gris en la Isla de Francia, el tipo de día en el que la niebla se arrastra por las calles empedradas como un manto que cubre las heridas de la ciudad. Ko'at Desmarais tenía apenas 6 años, pero ya había aprendido que el mundo no era un lugar amigable. Vivía con su abuela, Tsyrev’a_Xyryvyv, en una pequeña casa de ladrillos desvencijados, en un barrio donde las sonrisas parecían escasas y los gritos eran más frecuentes que las risas. Su madre, Camille, había decidido irse sin previo aviso, dejándola atrás, como si su hija fuera solo un peso más en una vida que ya era demasiado pesada.
Camille nunca explicó por qué se fue, y a Ko'at no le importaba saberlo. Lo que sentía, lo que sabía en lo más profundo de su ser, era que nadie la había querido realmente. Su madre no la había abrazado lo suficiente, no había puesto sus manos en su rostro para secarle las lágrimas. Y cuando la mirada de su madre se desvaneció en la puerta, no hubo vuelta atrás.
Su padre, Gérard, un hombre alcohólico y golpeador, rara vez estaba en casa. Cuando lo estaba, su presencia se sentía como una tormenta. Ko'at se mantenía escondida en su rincón, temerosa de los gritos, de los portazos, de los golpes que resonaban contra las paredes como un eco ensordecedor. No le importaba lo que hacía su padre, pero sí comprendía que en su casa, en su vida, nunca iba a haber paz.
Tsyrev’a_Xyryvyv, la abuela, era el único refugio en su vida. Pero no el tipo de refugio que Ko'at necesitaba. Tsyrev’a no le hablaba con suavidad ni le daba consuelo, solo le enseñaba a ser dura. Le enseñaba que el mundo era un lugar cruel, que si no aprendía a defenderse, alguien más lo haría por ella. "La vida no es un cuento de hadas, niña," le decía, "y las personas no siempre son lo que parecen. No confíes en nadie. Sobrevive."
A la edad de 6 años, Ko'at ya sabía lo que significaba sobrevivir. Había aprendido a mantener los ojos abiertos, a no mostrar sus emociones, a ser invisible cuando la situación lo requería. Sin embargo, algo dentro de ella siempre le picó la curiosidad, un deseo insaciable de entender por qué las cosas eran como eran, por qué las personas hacían lo que hacían, y, lo más importante, por qué las reglas parecían estar hechas para ser quebradas.
A medida que fue creciendo, su hambre por respuestas se convirtió en algo más tangible. Mientras los otros niños jugaban, ella observaba. En las tiendas del vecindario, se fijaba en los comerciantes y en los transeúntes. Su mente se movía rápido, aprendiendo a leer a las personas, a detectar sus debilidades, sus temores. Ko'at nunca jugaba con muñecas ni con juegos inocentes. En su lugar, robaba pequeñas cosas, una ficha de un juego de mesa aquí, una barra de chocolate allá. Al principio, no comprendía del todo por qué lo hacía, pero pronto se dio cuenta de que había algo en ese acto de tomar lo que no era suyo que la hacía sentir... poderosa.
La primera vez que robó fue a los 7 años. Fue una cartera. Una señora mayor, distraída por su compra, la dejó sobre la mesa mientras pagaba. En un parpadeo, Ko'at la tomó, la escondió bajo su chaqueta y se alejó rápidamente, su corazón latiendo con fuerza, pero con una extraña satisfacción. No necesitaba el dinero dentro, solo necesitaba saber que podía hacerlo. Y lo hizo.
Esa sensación de control, de poder, de desafiar las reglas del mundo adulto, se convirtió en una adicción. Ko'at ya no veía el robo como algo malo, sino como una habilidad, una forma de descubrir secretos, de tomar lo que le pertenecía. La vida de su madre y su padre, tan rota y desmoronada, le enseñó que las reglas no eran para todos. Ella no era como los demás niños que tenían padres que los querían y cuidaban. Ko'at tenía que luchar por todo, incluso por su lugar en este mundo.
Con el tiempo, sus delitos se hicieron más atrevidos. Robaba en las tiendas más grandes, seguía a los adultos, aprendía sus trucos. Pero también comenzó a hacer preguntas. Preguntaba a los comerciantes cómo podían esconder el dinero, cómo mantenían sus tiendas a salvo. Se hizo amiga de un hombre llamado Armand, que vendía relojes en un pequeño mercado, y le enseñó cómo falsificar documentos. Él le mostró cómo las personas podían escapar de la justicia si sabían cómo hacerlo. Armand nunca le dijo directamente que debía robar o mentir, pero Ko'at sabía que él veía el mundo de la misma manera que ella lo veía: un lugar donde los más astutos dominaban a los demás.
Pero lo que más la fascinaba era la forma en que los hombres como Armand, y los hombres como su padre, se movían por el mundo. Parecían tener poder. Poder sobre las mujeres. Poder sobre los demás. Cuando su padre regresaba a casa, siempre con una botella en la mano y los ojos llenos de rabia, Ko'at observaba con una mezcla de miedo y curiosidad. ¿Por qué los hombres hacían lo que hacían? ¿Por qué su madre se había ido y dejado todo atrás? Esa pregunta nunca desapareció, y la respuesta se fue formando en su mente de una forma extraña y oscura: los hombres eran poderosos, y si ella quería sobrevivir, tenía que aprender a manejar ese poder.
A los 10 años, Ko'at ya no se conformaba con los pequeños robos. Se había convertido en una niña que conocía los entresijos de su vecindario, que entendía cómo los adultos funcionaban, cómo manipulaban, cómo engañaban. La vida de su madre y su padre le mostró lo peor de las personas, pero también le mostró cómo aprovecharse de eso. Ya no era solo cuestión de robar; ahora estaba aprendiendo a leer a las personas, a saber qué querían y, sobre todo, a saber cómo hacer para conseguir lo que ella deseaba.
La calle se había convertido en su hogar. Allí, no había reglas. Allí, las mentiras eran moneda corriente y la traición, una forma de supervivencia. Ko'at entendió que si quería ser alguien en este mundo, no podía ser una víctima más. Tenía que ser la que controlara el juego. Y así, mientras la isla seguía sumida en la niebla y la oscuridad, Ko'at Desmarais comenzó a tejer, sin saberlo del todo, su destino criminal
Era un día gris en la Isla de Francia, el tipo de día en el que la niebla se arrastra por las calles empedradas como un manto que cubre las heridas de la ciudad. Ko'at Desmarais tenía apenas 6 años, pero ya había aprendido que el mundo no era un lugar amigable. Vivía con su abuela, Tsyrev’a_Xyryvyv, en una pequeña casa de ladrillos desvencijados, en un barrio donde las sonrisas parecían escasas y los gritos eran más frecuentes que las risas. Su madre, Camille, había decidido irse sin previo aviso, dejándola atrás, como si su hija fuera solo un peso más en una vida que ya era demasiado pesada.
Camille nunca explicó por qué se fue, y a Ko'at no le importaba saberlo. Lo que sentía, lo que sabía en lo más profundo de su ser, era que nadie la había querido realmente. Su madre no la había abrazado lo suficiente, no había puesto sus manos en su rostro para secarle las lágrimas. Y cuando la mirada de su madre se desvaneció en la puerta, no hubo vuelta atrás.
Su padre, Gérard, un hombre alcohólico y golpeador, rara vez estaba en casa. Cuando lo estaba, su presencia se sentía como una tormenta. Ko'at se mantenía escondida en su rincón, temerosa de los gritos, de los portazos, de los golpes que resonaban contra las paredes como un eco ensordecedor. No le importaba lo que hacía su padre, pero sí comprendía que en su casa, en su vida, nunca iba a haber paz.
Tsyrev’a_Xyryvyv, la abuela, era el único refugio en su vida. Pero no el tipo de refugio que Ko'at necesitaba. Tsyrev’a no le hablaba con suavidad ni le daba consuelo, solo le enseñaba a ser dura. Le enseñaba que el mundo era un lugar cruel, que si no aprendía a defenderse, alguien más lo haría por ella. "La vida no es un cuento de hadas, niña," le decía, "y las personas no siempre son lo que parecen. No confíes en nadie. Sobrevive."
A la edad de 6 años, Ko'at ya sabía lo que significaba sobrevivir. Había aprendido a mantener los ojos abiertos, a no mostrar sus emociones, a ser invisible cuando la situación lo requería. Sin embargo, algo dentro de ella siempre le picó la curiosidad, un deseo insaciable de entender por qué las cosas eran como eran, por qué las personas hacían lo que hacían, y, lo más importante, por qué las reglas parecían estar hechas para ser quebradas.
A medida que fue creciendo, su hambre por respuestas se convirtió en algo más tangible. Mientras los otros niños jugaban, ella observaba. En las tiendas del vecindario, se fijaba en los comerciantes y en los transeúntes. Su mente se movía rápido, aprendiendo a leer a las personas, a detectar sus debilidades, sus temores. Ko'at nunca jugaba con muñecas ni con juegos inocentes. En su lugar, robaba pequeñas cosas, una ficha de un juego de mesa aquí, una barra de chocolate allá. Al principio, no comprendía del todo por qué lo hacía, pero pronto se dio cuenta de que había algo en ese acto de tomar lo que no era suyo que la hacía sentir... poderosa.
La primera vez que robó fue a los 7 años. Fue una cartera. Una señora mayor, distraída por su compra, la dejó sobre la mesa mientras pagaba. En un parpadeo, Ko'at la tomó, la escondió bajo su chaqueta y se alejó rápidamente, su corazón latiendo con fuerza, pero con una extraña satisfacción. No necesitaba el dinero dentro, solo necesitaba saber que podía hacerlo. Y lo hizo.
Esa sensación de control, de poder, de desafiar las reglas del mundo adulto, se convirtió en una adicción. Ko'at ya no veía el robo como algo malo, sino como una habilidad, una forma de descubrir secretos, de tomar lo que le pertenecía. La vida de su madre y su padre, tan rota y desmoronada, le enseñó que las reglas no eran para todos. Ella no era como los demás niños que tenían padres que los querían y cuidaban. Ko'at tenía que luchar por todo, incluso por su lugar en este mundo.
Con el tiempo, sus delitos se hicieron más atrevidos. Robaba en las tiendas más grandes, seguía a los adultos, aprendía sus trucos. Pero también comenzó a hacer preguntas. Preguntaba a los comerciantes cómo podían esconder el dinero, cómo mantenían sus tiendas a salvo. Se hizo amiga de un hombre llamado Armand, que vendía relojes en un pequeño mercado, y le enseñó cómo falsificar documentos. Él le mostró cómo las personas podían escapar de la justicia si sabían cómo hacerlo. Armand nunca le dijo directamente que debía robar o mentir, pero Ko'at sabía que él veía el mundo de la misma manera que ella lo veía: un lugar donde los más astutos dominaban a los demás.
Pero lo que más la fascinaba era la forma en que los hombres como Armand, y los hombres como su padre, se movían por el mundo. Parecían tener poder. Poder sobre las mujeres. Poder sobre los demás. Cuando su padre regresaba a casa, siempre con una botella en la mano y los ojos llenos de rabia, Ko'at observaba con una mezcla de miedo y curiosidad. ¿Por qué los hombres hacían lo que hacían? ¿Por qué su madre se había ido y dejado todo atrás? Esa pregunta nunca desapareció, y la respuesta se fue formando en su mente de una forma extraña y oscura: los hombres eran poderosos, y si ella quería sobrevivir, tenía que aprender a manejar ese poder.
A los 10 años, Ko'at ya no se conformaba con los pequeños robos. Se había convertido en una niña que conocía los entresijos de su vecindario, que entendía cómo los adultos funcionaban, cómo manipulaban, cómo engañaban. La vida de su madre y su padre le mostró lo peor de las personas, pero también le mostró cómo aprovecharse de eso. Ya no era solo cuestión de robar; ahora estaba aprendiendo a leer a las personas, a saber qué querían y, sobre todo, a saber cómo hacer para conseguir lo que ella deseaba.
La calle se había convertido en su hogar. Allí, no había reglas. Allí, las mentiras eran moneda corriente y la traición, una forma de supervivencia. Ko'at entendió que si quería ser alguien en este mundo, no podía ser una víctima más. Tenía que ser la que controlara el juego. Y así, mientras la isla seguía sumida en la niebla y la oscuridad, Ko'at Desmarais comenzó a tejer, sin saberlo del todo, su destino criminal
La Adolescencia de Ko'at_Desmarais
A los 16 años, Ko'at Desmarais ya no era la niña curiosa y traviesa que se deslizaba entre las sombras, robando pequeñas cosas de tiendas y mercados. Ahora era una joven de mirada fija, rostro endurecido por la vida, y un corazón herido por una pérdida que la sumió en una profunda oscuridad.
La muerte de su abuela Tsyrev’a_Xyryvyv fue el golpe que la empujó al abismo. Tsyrev’a había sido la única figura de autoridad en su vida, aunque su amor fuera áspero y su educación fría. La abuela era todo lo que Ko'at conocía, su refugio y su peor maestra al mismo tiempo. Había crecido a su lado, había aprendido de ella a sobrevivir en un mundo de hombres crueles, y, en un giro irónico, fue Tsyrev’a quien, en su manera dura, había sido su única protección. La vieja mujer había muerto de una enfermedad que la consumió lentamente, sin ofrecer a Ko'at la oportunidad de despedirse adecuadamente.
Cuando Tsyrev’a murió, Ko'at se sintió vacía. Todo lo que había conocido y con lo que había aprendido a vivir se desvaneció. Su padre, Gérard, estaba en prisión por múltiples cargos relacionados con la violencia y el abuso, y ahora Ko'at estaba sola. Abandonada por su madre, rechazada por su padre, y sin la presencia de la única persona que la había formado, Ko'at cayó en un estado de desesperación profunda.
Pasó semanas en la oscuridad de su habitación, sin salir, sin hablar con nadie. La joven, en el proceso de formar su identidad, se vio arrasada por el dolor de la pérdida. El mundo que conocía ya no tenía sentido. Un día, sumida en el caos de su mente, lo intentó. Un intento fallido de quitarse la vida. No buscaba escapar del mundo como tal, sino terminar con el peso de la soledad y la culpa que cargaba. Sin embargo, al despertar, algo en su interior había cambiado. Quizá fue el miedo de estar atrapada en un vacío eterno o tal vez una chispa de supervivencia que nunca había dejado de arder en su interior, pero la decisión de seguir adelante fue inevitable.
Fue en ese momento cuando una revelación la sacudió. Descubrió que tenía hermanos, hermanos de sangre que estaban perdidos en algún lugar del mundo. Eran fruto de las relaciones que su madre había tenido antes de abandonarla, una red de familiares dispersos por otras ciudades, tal vez incluso por otros países. La idea de encontrarlos, de reunirlos, le dio una nueva razón para seguir. No estaba sola. Había más como ella, con historias rotas y conexiones perdidas. Quizá, pensó, podían ser la clave para reconstruir lo que quedaba de su vida.
Pero encontrar a sus hermanos requeriría dinero. Y para conseguir dinero, Ko'at necesitaba ser más astuta que nunca.
La joven, decidida a escapar de su pueblo, comenzó a moverse por los rincones oscuros del vecindario. Sabía que la vida de delincuente no era solo una cuestión de supervivencia, sino de estrategias y alianzas. Había observado durante años cómo los traficantes, los ladrones y los hombres de negocios oscuros hacían dinero de formas que ella todavía no comprendía del todo. Ahora, a sus 16 años, estaba lista para dar el siguiente paso.
Ko'at comenzó a robar en locales más grandes, en comercios que tenían más ganancias, en tiendas de lujo y bares exclusivos donde se manejaban grandes sumas de dinero. Sabía cómo moverse sin ser vista, cómo detectar las vulnerabilidades de los dueños y empleados, y cómo salir rápidamente sin dejar rastro. Su técnica de manipulación, perfeccionada durante años de observación, se convirtió en su arma más letal. Podía distraer a un cajero con una sonrisa mientras tomaba lo que quería, o deslizarse por un mercado mientras su mente calculaba los movimientos de todos los presentes.
Sin embargo, el verdadero cambio comenzó cuando, después de un par de robos exitosos, Ko'at estableció contacto con una red de distribución de drogas que operaba en la zona. Era un negocio más grande, más peligroso, pero también más lucrativo. No le fue difícil hacer conexiones. Su astucia, combinada con su falta de miedo, la convirtió en un punto de interés para los narcotraficantes locales.
Empezó con pequeños encargos: transportar paquetes de drogas entre diferentes barrios, ser la "mujer de confianza" para los vendedores que necesitaban un intermediario confiable. El dinero llegó rápidamente, y con él, una sensación de poder que la hizo sentir más viva que nunca. De pronto, su vida ya no giraba solo en torno a la sobrevivencia, sino también a la construcción de un imperio propio, por más pequeño que fuera.
En poco tiempo, Ko'at se hizo un nombre. En los pasillos oscuros del vecindario, la conocían como alguien que podía conseguir lo que quería, ya fuera un paquete de sustancias ilegales o información sensible. Su habilidad para moverse entre las sombras, su habilidad para leer a las personas y manipularlas, la hizo indispensable para muchos en el bajo mundo. Nadie sospechaba que la joven, con su semblante calmado y su voz suave, era capaz de desatar tormentas de caos
Sin embargo, el verdadero cambio comenzó cuando, después de un par de robos exitosos, Ko'at estableció contacto con una red de distribución de drogas que operaba en la zona. Era un negocio más grande, más peligroso, pero también más lucrativo. No le fue difícil hacer conexiones. Su astucia, combinada con su falta de miedo, la convirtió en un punto de interés para los narcotraficantes locales.
Empezó con pequeños encargos: transportar paquetes de drogas entre diferentes barrios, ser la "mujer de confianza" para los vendedores que necesitaban un intermediario confiable. El dinero llegó rápidamente, y con él, una sensación de poder que la hizo sentir más viva que nunca. De pronto, su vida ya no giraba solo en torno a la sobrevivencia, sino también a la construcción de un imperio propio, por más pequeño que fuera.
En poco tiempo, Ko'at se hizo un nombre. En los pasillos oscuros del vecindario, la conocían como alguien que podía conseguir lo que quería, ya fuera un paquete de sustancias ilegales o información sensible. Su habilidad para moverse entre las sombras, su habilidad para leer a las personas y manipularlas, la hizo indispensable para muchos en el bajo mundo. Nadie sospechaba que la joven, con su semblante calmado y su voz suave, era capaz de desatar tormentas de caos
Poco a poco, Ko'at se fue ganando el respeto, y el miedo, de aquellos con los que interactuaba. Las pequeñas ganancias de los primeros días fueron reemplazadas por negocios de mayor envergadura. Vendía drogas en su pueblo y en los barrios cercanos, y a medida que su presencia en la red de tráfico aumentaba, también lo hacía su reputación. Ya no era solo una niña solitaria que robaba en tiendas; se estaba convirtiendo en una pieza clave en la maquinaria criminal de la región. Las autoridades comenzaron a mirarla con sospecha, pero como siempre, Ko'at sabía cómo mantenerse fuera del radar.
Con el dinero que obtuvo de su nuevo negocio, comenzó a buscar a sus hermanos perdidos. Usó conexiones, compró información, y pronto tuvo algunas pistas que la llevaron a diferentes ciudades. Aunque aún no había encontrado a todos, el deseo de reunirse con su familia, de reconstituir lo que quedaba de su identidad, se convirtió en su motor principal. Quería ser más que la niña huérfana que había sido, más que la hija abandonada. Quería ser alguien en este mundo, alguien que no dependiera de nadie más.
Pero el precio del poder era alto. Cada día, las tentaciones del mundo criminal la absorbían más. Los robos, la venta de drogas, las mentiras… todo eso ya no era solo una forma de sobrevivir. Era el camino hacia la venganza contra un mundo que nunca le dio lo que necesitaba. Con cada nuevo negocio, con cada nueva transacción, Ko'at empezaba a entender que ya no podía dar marcha atrás. El camino de la delincuencia era el único que conocía, y en él, no había lugar para las dudas.
A sus 16 años, Ko'at ya no era la niña perdida que una vez fue. Ahora, era una joven criminal con un futuro incierto pero lleno de posibilidades oscuras. Y lo más aterrador de todo era que le gustaba
Con el dinero que obtuvo de su nuevo negocio, comenzó a buscar a sus hermanos perdidos. Usó conexiones, compró información, y pronto tuvo algunas pistas que la llevaron a diferentes ciudades. Aunque aún no había encontrado a todos, el deseo de reunirse con su familia, de reconstituir lo que quedaba de su identidad, se convirtió en su motor principal. Quería ser más que la niña huérfana que había sido, más que la hija abandonada. Quería ser alguien en este mundo, alguien que no dependiera de nadie más.
Pero el precio del poder era alto. Cada día, las tentaciones del mundo criminal la absorbían más. Los robos, la venta de drogas, las mentiras… todo eso ya no era solo una forma de sobrevivir. Era el camino hacia la venganza contra un mundo que nunca le dio lo que necesitaba. Con cada nuevo negocio, con cada nueva transacción, Ko'at empezaba a entender que ya no podía dar marcha atrás. El camino de la delincuencia era el único que conocía, y en él, no había lugar para las dudas.
A sus 16 años, Ko'at ya no era la niña perdida que una vez fue. Ahora, era una joven criminal con un futuro incierto pero lleno de posibilidades oscuras. Y lo más aterrador de todo era que le gustaba
La Juventud de Ko'at_Desmarais
A los 18 años, Ko'at Desmarais había dejado atrás la niña huérfana, la adolescente perdida en la desesperación y la delincuente que solo robaba para sobrevivir. Ahora, Ko'at se había transformado en una mujer enigmática y peligrosa, una figura clave en el submundo criminal, con contactos en varias partes del mundo y un negocio de drogas que operaba tanto en Francia como en San Andreas.
A pesar de la juventud que aún reflejaba su rostro, Ko'at ya había dejado su marca en el mundo, y su nombre comenzaba a ser temido en los círculos de traficantes y pandilleros. Su astucia y su capacidad para moverse con sigilo, para pasar desapercibida en medio del caos, le dieron una ventaja que pocos poseían. El negocio de las drogas no era solo una fuente de ingresos, sino también una plataforma para consolidar su poder. Y al igual que siempre había hecho, lo manejaba todo desde las sombras
A los 18 años, Ko'at Desmarais había dejado atrás la niña huérfana, la adolescente perdida en la desesperación y la delincuente que solo robaba para sobrevivir. Ahora, Ko'at se había transformado en una mujer enigmática y peligrosa, una figura clave en el submundo criminal, con contactos en varias partes del mundo y un negocio de drogas que operaba tanto en Francia como en San Andreas.
A pesar de la juventud que aún reflejaba su rostro, Ko'at ya había dejado su marca en el mundo, y su nombre comenzaba a ser temido en los círculos de traficantes y pandilleros. Su astucia y su capacidad para moverse con sigilo, para pasar desapercibida en medio del caos, le dieron una ventaja que pocos poseían. El negocio de las drogas no era solo una fuente de ingresos, sino también una plataforma para consolidar su poder. Y al igual que siempre había hecho, lo manejaba todo desde las sombras
La decisión de salir de Francia no fue difícil para Ko'at. Había hecho todo lo que podía en su país de origen. Con su red de tráfico de drogas bien establecida en el barrio, su capacidad para manipular a las personas y escapar de la ley era innegable. Pero siempre hubo algo en su interior que le pedía más: más poder, más control. Las calles de Los Santos, en el estado de San Andreas, le ofrecían todo lo que necesitaba. La ciudad era un hervidero de caos, pandillas y corrupción, pero también una meca para los negocios ilícitos. Y, lo más importante, allí estaban sus hermanos, los que había encontrado tras años de búsqueda en el submundo del crimen.
Había viajado a Estados Unidos con un pasaporte falso, usando su nombre ficticio y su astucia para cubrir su rastro. Ko'at había hecho contactos en San Andreas a través de los pocos delincuentes que conocía en Europa. En cuanto llegó a Los Santos, rápidamente se ganó la confianza de las pandillas locales. Su objetivo: expandir su imperio y conectar los mercados de drogas en Francia con los de Los Santos.
Los Santos, con su vertiginosa vida nocturna, la violencia crónica y la imparable lucha por el control de los barrios, era el lugar perfecto para una mente astuta como la de Ko'at. Sin embargo, lo que realmente la empujaba no era solo el dinero, sino la posibilidad de estar cerca de los hermanos que, en su mente, formaban una parte crucial de lo que había estado buscando toda su vida: una familia, una red de sangre que la apoyara en su lucha por el control
Había viajado a Estados Unidos con un pasaporte falso, usando su nombre ficticio y su astucia para cubrir su rastro. Ko'at había hecho contactos en San Andreas a través de los pocos delincuentes que conocía en Europa. En cuanto llegó a Los Santos, rápidamente se ganó la confianza de las pandillas locales. Su objetivo: expandir su imperio y conectar los mercados de drogas en Francia con los de Los Santos.
Los Santos, con su vertiginosa vida nocturna, la violencia crónica y la imparable lucha por el control de los barrios, era el lugar perfecto para una mente astuta como la de Ko'at. Sin embargo, lo que realmente la empujaba no era solo el dinero, sino la posibilidad de estar cerca de los hermanos que, en su mente, formaban una parte crucial de lo que había estado buscando toda su vida: una familia, una red de sangre que la apoyara en su lucha por el control
Para los 18 años de Ko'at, su red de distribución de drogas estaba en plena expansión. Conectaba los dos continentes: Francia y San Andreas. Desde su base de operaciones en Los Santos, enviaba paquetes de cocaína, heroína y otras sustancias hacia Europa, y a cambio, traía armas y dinero en efectivo, que distribuyó por todo el sur de California. Para los demás en el negocio, Ko'at era conocida como la “Sombra de San Andreas”: alguien que, sin hacer ruido, movía montañas de dinero y destruía a quienes se ponían en su camino.
El transporte de drogas y armas entre ambos continentes no era tarea fácil, pero Ko'at se había rodeado de una red confiable de colaboradores. En Los Santos, los contactos locales eran muchas veces parte de las pandillas más peligrosas, pero Ko'at siempre tenía un control absoluto. Sabía cómo mantener a todos en línea y cómo garantizar que la policía nunca llegara demasiado cerca.
La policía internacional estaba bien al tanto de su presencia. Había rumores de su implicación en varios casos de tráfico internacional de drogas y armas. Su nombre apareció en varias listas de los más buscados, pero Ko'at sabía cómo jugar al gato y al ratón. La mayoría de las veces, se movía en las sombras, manteniendo un perfil bajo, evitando el foco de atención. Nadie sabía exactamente cómo operaba, pero su influencia y sus conexiones hablaban por sí mismas
El transporte de drogas y armas entre ambos continentes no era tarea fácil, pero Ko'at se había rodeado de una red confiable de colaboradores. En Los Santos, los contactos locales eran muchas veces parte de las pandillas más peligrosas, pero Ko'at siempre tenía un control absoluto. Sabía cómo mantener a todos en línea y cómo garantizar que la policía nunca llegara demasiado cerca.
La policía internacional estaba bien al tanto de su presencia. Había rumores de su implicación en varios casos de tráfico internacional de drogas y armas. Su nombre apareció en varias listas de los más buscados, pero Ko'at sabía cómo jugar al gato y al ratón. La mayoría de las veces, se movía en las sombras, manteniendo un perfil bajo, evitando el foco de atención. Nadie sabía exactamente cómo operaba, pero su influencia y sus conexiones hablaban por sí mismas
La vida de Ko'at era una mezcla de adrenalina y sigilo. Sabía que cualquier error podría significar su caída, y esa posibilidad la mantenía alerta en todo momento. Cada transacción, cada encuentro con proveedores o compradores, era un juego de ajedrez, en el que cada movimiento contaba. Pero a pesar de su control absoluto, los tiroteos eran inevitables. San Andreas era una ciudad donde la violencia se desbordaba por cada esquina, donde las pandillas luchaban por el dominio de las calles, y la guerra territorial era una rutina diaria. Ko'at sabía que, aunque no estaba buscando el enfrentamiento directo, siempre podía encontrarse en medio de uno. Sin embargo, la joven no era una mujer que fuera a ponerse a la vanguardia del tiroteo. Nunca era la que iba de frente, prefería moverse en la oscuridad, observando desde las sombras, esperando el momento adecuado para atacar. Siempre evitaba ser vista, siempre buscaba el ángulo perfecto. Ko'at aprendió a ser paciente, a esconderse en la penumbra mientras todo el mundo se distraía con la carnicería que estallaba en las calles. No necesitaba protagonismo; solo necesitaba resultados.En uno de esos tiroteos, su habilidad para moverse en silencio y atacar desde la retaguardia fue clave. Un enfrentamiento entre pandillas rivales había estallado en el centro de Los Santos, y Ko'at, desde una esquina oscura, vio la oportunidad. Sin dudarlo, tomó una pistola, se acercó sin hacer ruido y, con precisión mortal, disparó a los líderes de la banda enemiga. Fue un golpe letal, rápido y efectivo. Nadie vio quién lo hizo, pero los resultados fueron claros: los líderes de la banda estaban fuera de juego, y su propia red de distribución de drogas en Los Santos ganó una posición estratégica. De nuevo, Ko'at demostró que su verdadero poder no residía en la fuerza, sino en la mente, la paciencia y la astucia
A pesar de sus esfuerzos por mantenerse oculta, Ko'at no pasó desapercibida para las autoridades. La policía internacional la tenía en su radar, y las agencias de todo el mundo estaban buscando cualquier pista que los llevara a su paradero. Pero Ko'at sabía cómo esconderse. Sabía que, en un mundo como el de Los Santos, las sombras eran su mejor aliada. Podía cambiar de identidad, mover su operación a otro barrio, desaparecer por días o semanas sin dejar rastro. Los contactos que había hecho a lo largo de los años le ayudaban a mantenerse un paso adelante.
A pesar de su éxito, Ko'at no podía evitar preguntarse, en los momentos más solitarios, si todo esto realmente valía la pena. Tenía el poder, tenía el dinero, y estaba construyendo un imperio de drogas que cruzaba continentes. Pero la soledad siempre la perseguía. Sus hermanos, ahora parte de su red, no compartían los mismos sueños ni los mismos miedos. Ellos eran como ella, huérfanos del amor familiar, pero también eran su propio mundo. Y aunque estaba rodeada de gente, Ko'at nunca pudo deshacerse del sentimiento de vacío que siempre la acompañó.
Era una sombra, en todos los sentidos de la palabra: silenciosa, invisible, y peligrosa. Pero al igual que el sol siempre oscurece la noche, Ko'at sabía que, tarde o temprano, la luz alcanzaría sus huellas
A pesar de su éxito, Ko'at no podía evitar preguntarse, en los momentos más solitarios, si todo esto realmente valía la pena. Tenía el poder, tenía el dinero, y estaba construyendo un imperio de drogas que cruzaba continentes. Pero la soledad siempre la perseguía. Sus hermanos, ahora parte de su red, no compartían los mismos sueños ni los mismos miedos. Ellos eran como ella, huérfanos del amor familiar, pero también eran su propio mundo. Y aunque estaba rodeada de gente, Ko'at nunca pudo deshacerse del sentimiento de vacío que siempre la acompañó.
Era una sombra, en todos los sentidos de la palabra: silenciosa, invisible, y peligrosa. Pero al igual que el sol siempre oscurece la noche, Ko'at sabía que, tarde o temprano, la luz alcanzaría sus huellas
La Actualidad de Ko'at_Desmarais - 19 Años
A sus 19 años, Ko'at Desmarais había alcanzado un nivel de notoriedad que muchos criminales solo podían soñar. Ya no era solo una traficante de drogas, sino una figura legendaria en el submundo del crimen internacional. Había construido un imperio de narcotráfico que se extendía desde los barrios más oscuros de Los Santos hasta las calles de Francia, España y toda Europa, manejando cocaína, heroína, metanfetaminas y armas con una destreza impresionante. Su nombre era conocido por todos, desde los policías hasta las mafias más poderosas. Pero más allá de la riqueza y el poder que había acumulado, Ko'at vivía una vida de pura adrenalina: siempre huyendo, siempre buscando la próxima gran jugada, siempre desafiando la ley con una sed de violencia que solo la mantenía viva
Para Ko'at, la vida era una constante persecución. Cada día era un riesgo. Las autoridades de Interpol, las policías nacionales y los especialistas en narcotráfico de todo el mundo la buscaban incansablemente, pero ella siempre estaba un paso adelante, moviéndose con rapidez y sigilo. La adrenalina de ser perseguida, de estar constantemente al borde de la captura, era lo que la mantenía alerta. Había aprendido a disfrutar de la persecución, a saborear la sensación de estar a punto de ser atrapada, pero lograr escapar una y otra vez. Esa era su vida, un juego peligroso entre la vida y la muerte, y Ko'at no podía dejarlo ir.
Los tiroteos eran una parte habitual de su vida. No los buscaba, pero siempre los encontraba. Enfrentarse a la policía, escapar de los retenes, saltar de un vehículo a otro en medio de una fuga, todo eso la hacía sentir más viva. Nunca atacaba de frente, siempre se movía en las sombras, esperando el momento exacto para actuar, para dar el golpe y desaparecer. En la ciudad de Los Santos, donde las pandillas se disputaban el control del tráfico de drogas, Ko'at era conocida por su frialdad en los tiroteos, su precisión letal, y la forma en que lograba evadir la captura una y otra vez. Su habilidad para desaparecer sin dejar rastro se convirtió en una de sus principales fortalezas
Los tiroteos eran una parte habitual de su vida. No los buscaba, pero siempre los encontraba. Enfrentarse a la policía, escapar de los retenes, saltar de un vehículo a otro en medio de una fuga, todo eso la hacía sentir más viva. Nunca atacaba de frente, siempre se movía en las sombras, esperando el momento exacto para actuar, para dar el golpe y desaparecer. En la ciudad de Los Santos, donde las pandillas se disputaban el control del tráfico de drogas, Ko'at era conocida por su frialdad en los tiroteos, su precisión letal, y la forma en que lograba evadir la captura una y otra vez. Su habilidad para desaparecer sin dejar rastro se convirtió en una de sus principales fortalezas
En el plano global, Ko'at había logrado lo impensable para muchos criminales. Con sus hermanos ahora a su lado, la red de tráfico de drogas de Ko'at abarcaba varias naciones, con rutas establecidas que se extendían desde San Andreas hasta el corazón de Europa. Francia, España, Italia, Alemania... todos eran puntos clave en su red, y cada uno de esos países era manejado por un hermano o una figura clave dentro de su organización. A medida que su poder aumentaba, también lo hacía la complejidad de sus operaciones, moviendo toneladas de drogas entre continentes a través de escondites, vehículos modificados, y un ejército de colaboradores leales.
En San Andreas, su negocio de tráfico de drogas era tan vasto que el crimen organizado local ya no podía competir con su control de los barrios. Había corrompido tanto a políticos como a agentes de policía, asegurando que su operación se mantuviera oculta de las autoridades durante años. La policía no sabía si Ko'at estaba en el país o si se había fugado a otro continente, pues sus movimientos eran rápidos, impredecibles y bien camuflados.
En Europa, Ko'at tenía rutas clandestinas que iban desde Francia hasta España, cruzando a través de las redes de tráfico de armas, dinero y drogas con una precisión que parecía un acto de magia para las fuerzas de seguridad. Había establecido alianzas con mafias italianas, bandas de moteros en Alemania y narcotraficantes en los Países Bajos. Con cada operación exitosa, su influencia crecía. Pero también lo hacía el riesgo. Los envíos a través del Canal de la Mancha, las rutas por el Mediterráneo, y los cruces fronterizos de Europa eran cada vez más vigilados por las autoridades. Aun así, ella siempre encontraba formas de sortear las inspecciones. La corrupción y la astucia eran sus armas más poderosas.
En España, su red controlaba el mercado de la heroína, y en Francia, movía grandes cantidades de cocaína hacia los mercados clandestinos de las principales ciudades. El dinero que ingresaba no solo financiaba su operación, sino que le permitía fortalecer aún más su posición. Ko'at no solo estaba construyendo un imperio criminal, sino también una red de protección que la hacía prácticamente invulnerable
En San Andreas, su negocio de tráfico de drogas era tan vasto que el crimen organizado local ya no podía competir con su control de los barrios. Había corrompido tanto a políticos como a agentes de policía, asegurando que su operación se mantuviera oculta de las autoridades durante años. La policía no sabía si Ko'at estaba en el país o si se había fugado a otro continente, pues sus movimientos eran rápidos, impredecibles y bien camuflados.
En Europa, Ko'at tenía rutas clandestinas que iban desde Francia hasta España, cruzando a través de las redes de tráfico de armas, dinero y drogas con una precisión que parecía un acto de magia para las fuerzas de seguridad. Había establecido alianzas con mafias italianas, bandas de moteros en Alemania y narcotraficantes en los Países Bajos. Con cada operación exitosa, su influencia crecía. Pero también lo hacía el riesgo. Los envíos a través del Canal de la Mancha, las rutas por el Mediterráneo, y los cruces fronterizos de Europa eran cada vez más vigilados por las autoridades. Aun así, ella siempre encontraba formas de sortear las inspecciones. La corrupción y la astucia eran sus armas más poderosas.
En España, su red controlaba el mercado de la heroína, y en Francia, movía grandes cantidades de cocaína hacia los mercados clandestinos de las principales ciudades. El dinero que ingresaba no solo financiaba su operación, sino que le permitía fortalecer aún más su posición. Ko'at no solo estaba construyendo un imperio criminal, sino también una red de protección que la hacía prácticamente invulnerable
Con tanto poder, sin embargo, venían los enemigos. Ko'at no solo debía enfrentarse a la policía, sino también a aquellos que querían desbancarla. Los rivales en el negocio de las drogas, los viejos socios que la traicionaban, las pandillas que querían apoderarse de sus rutas... Cada día era una lucha por mantener su posición. Sin embargo, Ko'at no solo era una excelente estratega, sino también una dura negociadora y una mujer sin escrúpulos. Sabía cuándo debía ceder y cuándo debía aniquilar a quien se le oponía. El poder solo se mantenía a través del miedo y el respeto, y ella sabía cómo mantener ambos en equilibrio.
Sin embargo, también había algo que Ko'at jamás podría escapar: la soledad. Aunque tenía todo lo que una persona podría desear —dinero, poder, respeto—, la vida en el crimen no dejaba espacio para la conexión humana genuina. A pesar de estar rodeada por hermanos, socios y aliados, Ko'at sentía que no podía confiar completamente en nadie. El negocio era lo único que la mantenía con vida, y aunque la adrenalina de la caza y el poder la impulsaba, el vacío emocional nunca se disipaba
Sin embargo, también había algo que Ko'at jamás podría escapar: la soledad. Aunque tenía todo lo que una persona podría desear —dinero, poder, respeto—, la vida en el crimen no dejaba espacio para la conexión humana genuina. A pesar de estar rodeada por hermanos, socios y aliados, Ko'at sentía que no podía confiar completamente en nadie. El negocio era lo único que la mantenía con vida, y aunque la adrenalina de la caza y el poder la impulsaba, el vacío emocional nunca se disipaba
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Complexión Física de Ko'at_Desmarais:
Ko'at tiene una estatura de 1.70 metros, con una figura atlética y esbelta, reflejo de su vida activa en el crimen. Su piel es morena, con una expresión fría y calculada en su rostro. Sus ojos oscuros son penetrantes, reflejando una inteligencia despiadada. Cabello largo y negro, generalmente suelto o en coleta, le da un aire salvaje. Sus manos son delgadas pero fuertes, marcadas por cicatrices de enfrentamientos previos
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Emocionalmente, Ko'at es fría, calculadora y distante, prefiriendo el control total sobre las emociones. La soledad la acompaña constantemente, pues la traición de su madre y la muerte de su abuela la dejaron sin confianza en nadie. Vive impulsada por una furia interna y la necesidad de venganza. Aunque determinada y resiliente, tiene una vulnerabilidad oculta que raramente deja ver, pues teme que cualquier debilidad la haga vulnerable. Para ella, la violencia es una manera de reclamar el poder que perdió de niña, y la adrenalina su principal motor.