10-08-2024, 05:47 PM
Joaquín Rodríguez
País: Argentina
Joaquín Rodríguezz era el tipo de persona que no pasaba desapercibida, pero no en el buen sentido. El tipo creció en un barrio donde, si no te hacías respetar, te aplastaban. Desde morro ya andaba metido en cosas turbias, pero era listo, ¿sabes? Sabía cómo moverse y siempre iba un paso adelante de todos.
Apenas cumplió 18 y ya estaba metido hasta el cuello en el negocio de las drogas. Al principio solo hacía encargos, pero luego empezó a hacerse notar. No porque fuera el más fuerte o el más temido, sino porque era frío y calculador. Sabía a quién sobornar, a quién asustar, y, cuando era necesario, a quién desaparecer. Poco a poco, empezó a subir en la jerarquía y antes de que te dieras cuenta, era uno de los capos más respetados del barrio.
Con el poder, Joaquín empezó a vivir la vida que todos envidiaban. Dinero, coches, fiestas, chicas... Lo tenía todo. Pero, obvio, todo ese rollo trae problemas. Otros tipos querían su puesto, y los polis también empezaron a meter sus narices donde no debían. Pero Joaquín siempre encontraba la manera de salir bien librado. Era como si tuviera un sexto sentido para saber cuándo alguien lo quería traicionar.
Todo iba bien hasta que llegó un nuevo jugador al barrio. Este tipo no tenía miedo de nada y estaba respaldado por una organización internacional que no jugaba limpio. De repente, Joaquín se vio metido en una guerra que no estaba seguro de poder ganar. Las cosas se pusieron feas, y el barrio entero sabía que algo gordo estaba a punto de pasar.
La cosa explotó una noche, en un almacén abandonado donde Joaquín y su rival se enfrentaron cara a cara. Fue un tiroteo épico, digno de película. Joaquín, aunque lo dio todo, terminó cayendo. Pero incluso mientras agonizaba, tenía una sonrisa en la cara, como si supiera que había vivido más rápido y más intensamente que cualquiera de los que lo rodeaban.
Y así, el imperio de Joaquín Rodríguezz se fue al carajo. Su nombre quedó grabado en la historia del barrio, no como un santo, pero sí como alguien que dejó su huella. Un tipo que jugó el juego a su manera y que, aunque al final perdió, lo hizo con estilo.
País: Argentina
Joaquín Rodríguezz era el tipo de persona que no pasaba desapercibida, pero no en el buen sentido. El tipo creció en un barrio donde, si no te hacías respetar, te aplastaban. Desde morro ya andaba metido en cosas turbias, pero era listo, ¿sabes? Sabía cómo moverse y siempre iba un paso adelante de todos.
Apenas cumplió 18 y ya estaba metido hasta el cuello en el negocio de las drogas. Al principio solo hacía encargos, pero luego empezó a hacerse notar. No porque fuera el más fuerte o el más temido, sino porque era frío y calculador. Sabía a quién sobornar, a quién asustar, y, cuando era necesario, a quién desaparecer. Poco a poco, empezó a subir en la jerarquía y antes de que te dieras cuenta, era uno de los capos más respetados del barrio.
Con el poder, Joaquín empezó a vivir la vida que todos envidiaban. Dinero, coches, fiestas, chicas... Lo tenía todo. Pero, obvio, todo ese rollo trae problemas. Otros tipos querían su puesto, y los polis también empezaron a meter sus narices donde no debían. Pero Joaquín siempre encontraba la manera de salir bien librado. Era como si tuviera un sexto sentido para saber cuándo alguien lo quería traicionar.
Todo iba bien hasta que llegó un nuevo jugador al barrio. Este tipo no tenía miedo de nada y estaba respaldado por una organización internacional que no jugaba limpio. De repente, Joaquín se vio metido en una guerra que no estaba seguro de poder ganar. Las cosas se pusieron feas, y el barrio entero sabía que algo gordo estaba a punto de pasar.
La cosa explotó una noche, en un almacén abandonado donde Joaquín y su rival se enfrentaron cara a cara. Fue un tiroteo épico, digno de película. Joaquín, aunque lo dio todo, terminó cayendo. Pero incluso mientras agonizaba, tenía una sonrisa en la cara, como si supiera que había vivido más rápido y más intensamente que cualquiera de los que lo rodeaban.
Y así, el imperio de Joaquín Rodríguezz se fue al carajo. Su nombre quedó grabado en la historia del barrio, no como un santo, pero sí como alguien que dejó su huella. Un tipo que jugó el juego a su manera y que, aunque al final perdió, lo hizo con estilo.