12-03-2025, 05:16 PM
INFORMACIÓN DE RICARDO
Nombre y Apellido: Ricardo Montaner
Edad: 26 años
Altura: 1,78m
Peso: 77kg
Color de ojos: Marrones
Color del cabello: Castaño oscuro
Nacionalidad: Argentino - Venezolano
Ocupación: Sin especialidad
Orientación sexual: Heterosexual
ENFERMEDADES Y LESIONES
Hipotermia (Curado)
Insomnio (En tratamiento)
Estrés postraumático (Buscando solución)
Locura (En tratamiento)
Ruptura en el tendón de la pierna derecha (Curado)
Leve corte en el lado izquierdo en la cabeza (Curado)
ADICCIONES
Tabaco (Disminuyendo el consumo)
Bebidas energéticas (Controlado)
Tatuajes (Controlado)
VIRTUDES
-Buen sentido de vista y auditivo
-Valiente
-Disciplinado
DEFECTOS
-Vengativo
-Rencoroso
INDUMENTARIA
Persona de bajo perfil que lleva siempre roba a la moda como zapatillas Vans, pantalones sueltos estilo cargo, remera manga cortas con una camisa de cuadros arriba y una gorra siempre para atrás sin llevar joyas u objetos valiosos. Aunque no es de buen vestir siempre lleva ropa color claro de su preferencia gris o blanco.
FAMILIA, AMIGOS Y ALLEGADOS
Carlos Miller (padre adoptivo)
Julia Zárate (madre adoptiva)
Antonio Miller (hermano mayor de los Miller’s)
Carlitos Miller (segundo hermano mayor de los Miller’s)
Jonathan Miller (tercer hermano más curioso de los Miller’s)
Rodolfo Miller (cuarto hermano, el menor de los Miller’s)
Tiziano Schneider (amigo de la infancia que lo acompañara hasta el final)
Frank Davis (fiel amigo que conoció en el barrio donde vivía)
![[Imagen: image.png?ex=67d36319&is=67d21199&hm=5b0...y=lossless]](https://media.discordapp.net/attachments/1257961128626225252/1349516949289308211/image.png?ex=67d36319&is=67d21199&hm=5b0ae98fc7edb05d00ebe40be40e4d39487baeae7e83b86d8344ae52775b8677&=&format=webp&quality=lossless)
Imagen de Ricardo Montaner
HISTORIA DEL PERSONAJE
Capítulo 1: Un comienzo Olvidado
La ciudad de Buenos Aires dormía bajo un cielo gris en una madrugada del 1998 cuando un pequeño llanto rompió el silencio de la madrugada. Afuera del convento San Miguel Montaner, envuelto en una manta raída, yacía un bebé con el rostro enrojecido por el frío. A su lado, una nota apenas legible temblaba bajo el viento:
"Perdónanos. Su nombre es Ricardo. Cuídenlo."
Las monjas encontraron al niño a primera hora de la mañana. Su madre superiora, sor Beatriz, lo sostuvo en brazos y susurró con tristeza:
--Otro ángel abandonado… que Dios lo proteja.
Nadie sabía de dónde venía ni por qué lo habían abandonado. Sus padres, inmigrantes venezolanos en busca de oportunidades, desaparecieron sin dejar rastro. Las monjas del convento San Miguel Montaner lo acogieron, dándole comida y techo, pero no respuestas sobre su origen.
Las monjas lo acogieron con ternura y le dieron cobijo en aquel lugar sagrado. Desde pequeño, Ricardo se acostumbró a la rutina silenciosa del convento: despertar temprano, ayudar con las tareas y asistir a las largas oraciones en la capilla. Cada noche, antes de dormir, se acurrucaba junto a la ventana, observando las luces de la ciudad a lo lejos y preguntándose si allá afuera habría alguien que lo buscara, alguien que lo extrañara.
El convento era un lugar frío, pero no falto de amor. Sor Beatriz le enseñó a leer con viejos libros de oraciones, y sor Clara, la más joven y alegre de las monjas, cantaba himnos mientras trabajaban en la cocina.
El niño creció entre huérfanos, con hambre de amor y un vacío en su corazón. Pero el destino tenía otros planes.
Capítulo 2: La Familia Miller
Cuando Ricardo cumplió cinco años, el destino llamó a la puerta del orfanato en forma de una familia.
El día que los Miller llegaron al orfanato, el cielo estaba cubierto de nubes pesadas. Julia y Carlos Miller eran una pareja trabajadora de Buenos Aires. Tenían cuatro hijos, pero sentían que su corazón aún tenía espacio para uno más. Carlos, un hombre robusto y de bigote espeso, caminaba con paso firme mientras Julia, de rostro dulce y cabellos oscuros, apretaba las manos con nerviosismo.
--No es fácil criar a otro hijo-- le dijo Carlos a su esposa antes de entrar--. ¿Estás segura?
--Completamente-- respondió Julia--,. Nuestro hijo está aquí, solo tenemos que encontrarlo
El orfanato era un lugar gris, donde el silencio pesaba como una manta. Las monjas los guiaron hasta el salón principal, donde varios niños jugaban en silencio. Entre ellos, Ricardo se mantenía apartado, observando desde un rincón con ojos curiosos. Cuando sus miradas se cruzaron, Julia sintió un nudo en la garganta , sus ojos grandes y marrones parecían contener una historia más grande de lo que un niño de su edad debería cargar.
--¿Cómo te llamas pequeño?-- le pregunto ella, agachándose para quedar a su altura
--Ricardo..-- respondió en voz baja
Carlos se acercó y le extendió la mano con una sonrisa cálida
--Bueno, Ricardo, ¿Te gustaría venir a casa con nosotros?
Ricardo no respondió al instante. La idea de una familia era demasiado grande para él. Pero cuando Carlos lo cargó en brazos y le revolvió el cabello con una sonrisa, algo dentro de él se sintió cálido.
--Tranquilo. A partir de ahora eres un Miller
Desde ese día, Ricardo iba a pasar a ser conocido como Ricardo Miller, pero, aunque él no tenía un apellido definido siempre queso llevar el nombre del convento que lo salvo de ese día oscuro
Capítulo 3: Un Nuevo Hogar
Los primeros meses en su nuevo hogar fueron extraños para Ricardo. No estaba acostumbrado a los abrazos constantes de Margarita ni a la risa ruidosa de sus hermanos.
La casa de los Miller era pequeña pero acogedora. Al llegar, Ricardo se sintió abrumado por los colores, los olores y las risas que inundaban el lugar. Antonio, el mayor, lo miraba con desconfianza, era serio y protector. Carlitos de 12 años, en cambio, le sonrió de inmediato era soñador y apasionado por la música. John de 10, era inquieto y siempre hacía preguntas y Rodolfo de 7, era el más travieso y el primero en llamarlo "hermano" sin dudarlo. Los 2 hermanos menores entusiasmados por tener otro hermano lo recibieron con una lluvia de preguntas.
--¿Te gustan los autos? ¿Sabes jugar a la pelota? ¿Tienes miedo a la oscuridad?
Ricardo apenas podía responder. Se sentía como un extraño en aquel mundo de risas y bullicio, pero poco a poco empezó a adaptarse. Por las noches, Carlos le contaba historias de su juventud, mientras Margarita le cantaba canciones de cuna que calmaban su corazón inquieto.
Capítulo 4: Hermanos y Descubrimientos
Una tarde, mientras la lluvia golpeaba contra las ventanas, Ricardo, escucho una melodía que zumbaba en sus oídos y cuando llego al origen de ese sonido se asomó por la puerta y encontró a Carlitos con una guitarra. Cuando lo vio Carlitos le dijo:
—¿Te gusta? Ven pasa te mostrare algo
—Proba esto, Ricky —dijo con una sonrisa.
Le puso el instrumento entre las manos y le mostró los primeros acordes. Ricardo tardó en coordinar los dedos, pero cuando finalmente logró sacar una melodía, sintió que algo despertaba en su interior. Desde ese día, la guitarra se convirtió en su mejor amiga. Pasaba horas practicando, sus dedos se endurecieron y la música comenzó a fluir de sus manos con naturalidad.
Capítulo 5: La Promesa
A medida que pasaron los años, Ricardo se convirtió en parte de la familia Miller. Sin embargo, siempre sintió que una sombra lo acechaba: el miedo a ser abandonado otra vez. Aunque los Miller lo trataban como a uno más, a veces, en la soledad de la noche, el recuerdo de aquella puerta de convento y la sensación de vacío en su corazón volvían a él.
Una noche de verano, Ricardo y Carlitos estaban en la terraza. El cielo despejado dejaba ver un sinfín de estrellas, y la brisa fresca acariciaba sus rostros. Carlitos tocaba suavemente la guitarra mientras Ricardo tarareaba una melodía. La música flotaba en el aire, mezclándose con los sonidos lejanos del barrio.
—¿Sabes, Carlitos? —dijo Ricardo, rompiendo el silencio—. A veces me pregunto qué hubiera sido de mí si ustedes no me hubieran adoptado.
Carlitos dejó de tocar y se recostó sobre el suelo, mirando el cielo.
—No sé, Ricky. Lo que importa es que ahora eres parte de la familia. Eso no va a cambiar nunca.
Ricardo suspiró, abrazando sus rodillas.
—Es que… a veces tengo miedo. Miedo de quedarme solo otra vez. Como cuando era chico y no tenía a nadie.
Carlitos se incorporó y le puso una mano en el hombro.
—Mira, hermano. Nosotros nunca te vamos a dejar solo. Somos los Miller, y los Miller siempre se cuidan entre sí. Pase lo que pase.
Ricardo lo miró, conmovido. En ese momento, sintió que el peso en su pecho se aligeraba. Carlitos le sonrió y le entregó la guitarra.
—Dale, toca algo.
Ricardo tomó la guitarra y comenzó a tocar una suave melodía. Los acordes llenaron el aire, creando una atmósfera mágica bajo el cielo estrellado. Carlitos cerró los ojos, dejándose llevar por la música. Cuando Ricardo terminó, ambos se quedaron en silencio por un rato.
—Mañana empiezan las clases —dijo Carlitos de repente—. Mejor dormite tranquilo. Vas a necesitar energía, y no quiero que lleguemos tarde el primer día.
Ricardo sonrió y asintió. Se levantaron y caminaron juntos hacia la casa. Al cruzar la puerta, Ricardo echó una última mirada a las estrellas. Aunque el miedo seguía ahí, algo dentro de él había cambiado. Tenía una familia. Tenía a los Miller. Y eso era todo lo que necesitaba.
Capítulo 6: Nuevos Amigos
El primer día de clases en la nueva escuela fue una mezcla de emoción y nerviosismo. Ricardo caminaba por los pasillos estrechos, sintiendo las miradas curiosas de sus compañeros. En el aula, se sentó en la última fila, tratando de pasar desapercibido. El profesor hizo las presentaciones, y pronto comenzó la lección. Durante el recreo, mientras se sentaba solo en un rincón del patio, un chico rubio y alto se le acercó.
—¿Vos sos el nuevo? —preguntó con una sonrisa amigable.
—Sí... me llamo Ricardo.
—Yo soy Tiziano Schneider, pero todos me dicen Tito. ¿Querés jugar a la pelota con nosotros?
Ricardo dudó un instante, pero al ver la sincera sonrisa de Tito, aceptó. Desde ese día, Tito se convirtió en su mejor amigo en la escuela. Compartían meriendas, se ayudaban en las tareas y soñaban con grandes aventuras. Tito siempre decía que quería ser piloto de avión, mientras Ricardo le confesaba su amor por la música. A veces, después de clases, se quedaban en el patio, inventando historias de viajes intergalácticos y mundos mágicos, mientras las luces del atardecer teñían de naranja el cielo.
Capítulo 7: La Vida en el Barrio
En las tardes, después de la escuela, Ricardo solía pasear por el barrio. Le gustaba perderse entre las calles angostas y descubrir pequeños rincones llenos de vida. Un día, Ricardo caminaba cabizbajo, pateando una piedrita por la vereda, cuando una pelota de fútbol rodó hasta sus pies. Al levantar la mirada, vio a un grupo de chicos jugando en un descampado, y entre ellos, Franco, un chico al que apodaban Frank moreno de ojos vivaces, loco y sin vergüenza a nada.
—¡Eh, pibe! ¿Me pasas la pelota? —le gritó Frank, levantando la mano.
Ricardo dudó un instante, pero terminó lanzándola de vuelta.
—¿Sos nuevo por acá? No te había visto antes.
—Sí… Soy Ricardo. Vivo con los Miller, en la casa de la esquina.
Frank le tiro una mueca diciéndole:
—¡Bienvenido al barrio, pibe! Yo soy Frank, ¿querés jugar?, nos falta 1.
Desde ese día, se hicieron inseparables. Pasaban las tardes jugando a la pelota, andando en bicicleta y explorando las calles del barrio. Frank le enseñó los mejores atajos para llegar a la escuela y los lugares secretos donde los vecinos guardaban frutas maduras que se podían "tomar prestadas" en los días de más hambre.
Era una tarde calurosa cuando decidimos dar un paseo por el barrio en busca de algún árbol frutal el cual sacar algún alimento para sesear el hambre del partido y durante el camino me puse a tararear una canción la cual tocábamos en las noches con Carlitos.
—¿Te gusta la música? —le preguntó Frank una tarde, al verlo tararear una melodía.
—Me encanta. Estoy aprendiendo a tocar la guitarra.
Frank a escuchar eso decidió mostrarle algo que tenía en su casa, donde le mostró una colección de viejos discos de rock y rap callejero.
—Pasaba horas escuchando música, soñando llegar algún día como ellos— decía Frank con cara de inspiración
Capítulo 8: Los Años Dorados
Con los años, la vida de Ricardo se llenó de melodías y amistades. Cada día era una nueva aventura, y cada noche, una nueva canción. La familia Miller lo apoyaba en cada paso, celebrando sus pequeños logros y alentándolo a perseguir sus sueños. Los días transcurrían entre risas, desafíos escolares y partidos de fútbol en la cancha del barrio, donde Ricardo perfeccionaba su talento musical con la guitarra que Carlitos le había regalado en su décimo cumpleaños.
Frank y Tito solían acompañarlo en interminables sesiones de práctica. Frank improvisaba letras mientras Ricardo creaba melodías y Tito marcaba el ritmo golpeando cajas o palmeando sus rodillas. A veces, se sentaban en la vereda hasta altas horas de la noche, soñando despiertos.
Capítulo 9: La Enfermedad
Pero la vida no siempre fue amable. Un día, la tranquilidad de la familia se vio sacudida cuando los padres Miller comenzaron a mostrar signos de fatiga y enfermedad. Al principio, nadie le dio demasiada importancia; después de todo, eran trabajadores incansables, y el cansancio parecía algo normal. Sin embargo, pronto las visitas al médico se hicieron frecuentes, y el aire en casa se volvió más pesado.
Ricardo intentaba mantenerse fuerte por sus hermanos, pero cada noche se refugiaba en la música para calmar el nudo en su garganta. Carlitos y Antonio tomaron las riendas del hogar, mientras Ricardo se encargaba de los más pequeños y ayudaba en todo lo que podía. Las risas de antaño fueron reemplazadas por susurros de preocupación y noches en vela.
Capítulo 10: La Despedida
El día que la enfermedad se llevó a los padres Miller, la casa quedó sumida en un profundo silencio. La familia se reunió en la habitación donde descansaban por última vez. Ricardo tomó las manos de su madre adoptiva, sintiendo la calidez desvanecerse poco a poco.
—Prométeme que nunca dejarás que esta familia se separe —susurró ella, con la voz apenas audible.
Con el corazón roto, Ricardo asintió, conteniendo las lágrimas.
—Lo prometo. Siempre estaré aquí para ellos.
La promesa quedó grabada en su alma, y cuando finalmente llegó el silencio eterno, Ricardo sintió que una parte de él se iba con ellos.
Capítulo 11: La Promesa eterna
El funeral fue un día gris. La lluvia caía suavemente sobre el cementerio mientras la familia Miller se despedía de sus pilares. Ricardo permaneció en silencio, sintiendo el peso de la responsabilidad sobre sus hombros. Miró a sus hermanos, cada uno lidiando con el dolor a su manera, y reafirmó en su interior la promesa hecha a sus padres. No permitiría que nada los separara.
Al salir del cementerio, con la cabeza gacha y el corazón en pedazos, Ricardo sintió que una nueva etapa de su vida comenzaba. Una etapa en la que tendría que ser fuerte por todos, aunque no tuvieran nada de dinero y nada de valor para aportar en la familia, pero siempre con el objetivo claro, no dejar solos a sus hermanos.
Capítulo 12: Una Nueva Oportunidad
El celular vibró en su bolsillo, sacándolo de sus pensamientos. Miró la pantalla: era Frank.
—¿Frank? —contestó, su voz temblorosa.
—Ricardo… —la voz de Frank sonaba seria—. Se lo ocurrido en Buenos Aires a cerca de tu familia, tengo algo para ofrecerte, es sobre la ciudad de Ara-both es una oportunidad única, hermano. ¿Estás listo?
Ricardo levantó la vista hacia el cajón de su padres y hermanos. El peso de la promesa seguía ahí. Cerró los ojos un momento, respiró hondo y apretó el puño.
—Tengo un problema— dijo Ricardo con voz de preocupación— Son mis hermanos, no los puedo dejar acá solos, desamparados.
—Tráelos contigo, la oferta nos podrá mantener a los 7, a mí, a ti, a tus 4 hermanos e incluso a Tito
—Sí es así, Frank. Estoy listo.
Con el corazón dividido entre el deber y el anhelo, Ricardo dio un paso adelante. El camino que le esperaba era incierto, pero sabía que, mientras tuviera a su familia y sus amigos, no estaría solo.
Nombre y Apellido: Ricardo Montaner
Edad: 26 años
Altura: 1,78m
Peso: 77kg
Color de ojos: Marrones
Color del cabello: Castaño oscuro
Nacionalidad: Argentino - Venezolano
Ocupación: Sin especialidad
Orientación sexual: Heterosexual
ENFERMEDADES Y LESIONES
Hipotermia (Curado)
Insomnio (En tratamiento)
Estrés postraumático (Buscando solución)
Locura (En tratamiento)
Ruptura en el tendón de la pierna derecha (Curado)
Leve corte en el lado izquierdo en la cabeza (Curado)
ADICCIONES
Tabaco (Disminuyendo el consumo)
Bebidas energéticas (Controlado)
Tatuajes (Controlado)
VIRTUDES
-Buen sentido de vista y auditivo
-Valiente
-Disciplinado
DEFECTOS
-Vengativo
-Rencoroso
INDUMENTARIA
Persona de bajo perfil que lleva siempre roba a la moda como zapatillas Vans, pantalones sueltos estilo cargo, remera manga cortas con una camisa de cuadros arriba y una gorra siempre para atrás sin llevar joyas u objetos valiosos. Aunque no es de buen vestir siempre lleva ropa color claro de su preferencia gris o blanco.
FAMILIA, AMIGOS Y ALLEGADOS
Carlos Miller (padre adoptivo)
Julia Zárate (madre adoptiva)
Antonio Miller (hermano mayor de los Miller’s)
Carlitos Miller (segundo hermano mayor de los Miller’s)
Jonathan Miller (tercer hermano más curioso de los Miller’s)
Rodolfo Miller (cuarto hermano, el menor de los Miller’s)
Tiziano Schneider (amigo de la infancia que lo acompañara hasta el final)
Frank Davis (fiel amigo que conoció en el barrio donde vivía)
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Imagen de Ricardo Montaner
HISTORIA DEL PERSONAJE
Capítulo 1: Un comienzo Olvidado
La ciudad de Buenos Aires dormía bajo un cielo gris en una madrugada del 1998 cuando un pequeño llanto rompió el silencio de la madrugada. Afuera del convento San Miguel Montaner, envuelto en una manta raída, yacía un bebé con el rostro enrojecido por el frío. A su lado, una nota apenas legible temblaba bajo el viento:
"Perdónanos. Su nombre es Ricardo. Cuídenlo."
Las monjas encontraron al niño a primera hora de la mañana. Su madre superiora, sor Beatriz, lo sostuvo en brazos y susurró con tristeza:
--Otro ángel abandonado… que Dios lo proteja.
Nadie sabía de dónde venía ni por qué lo habían abandonado. Sus padres, inmigrantes venezolanos en busca de oportunidades, desaparecieron sin dejar rastro. Las monjas del convento San Miguel Montaner lo acogieron, dándole comida y techo, pero no respuestas sobre su origen.
Las monjas lo acogieron con ternura y le dieron cobijo en aquel lugar sagrado. Desde pequeño, Ricardo se acostumbró a la rutina silenciosa del convento: despertar temprano, ayudar con las tareas y asistir a las largas oraciones en la capilla. Cada noche, antes de dormir, se acurrucaba junto a la ventana, observando las luces de la ciudad a lo lejos y preguntándose si allá afuera habría alguien que lo buscara, alguien que lo extrañara.
El convento era un lugar frío, pero no falto de amor. Sor Beatriz le enseñó a leer con viejos libros de oraciones, y sor Clara, la más joven y alegre de las monjas, cantaba himnos mientras trabajaban en la cocina.
El niño creció entre huérfanos, con hambre de amor y un vacío en su corazón. Pero el destino tenía otros planes.
Capítulo 2: La Familia Miller
Cuando Ricardo cumplió cinco años, el destino llamó a la puerta del orfanato en forma de una familia.
El día que los Miller llegaron al orfanato, el cielo estaba cubierto de nubes pesadas. Julia y Carlos Miller eran una pareja trabajadora de Buenos Aires. Tenían cuatro hijos, pero sentían que su corazón aún tenía espacio para uno más. Carlos, un hombre robusto y de bigote espeso, caminaba con paso firme mientras Julia, de rostro dulce y cabellos oscuros, apretaba las manos con nerviosismo.
--No es fácil criar a otro hijo-- le dijo Carlos a su esposa antes de entrar--. ¿Estás segura?
--Completamente-- respondió Julia--,. Nuestro hijo está aquí, solo tenemos que encontrarlo
El orfanato era un lugar gris, donde el silencio pesaba como una manta. Las monjas los guiaron hasta el salón principal, donde varios niños jugaban en silencio. Entre ellos, Ricardo se mantenía apartado, observando desde un rincón con ojos curiosos. Cuando sus miradas se cruzaron, Julia sintió un nudo en la garganta , sus ojos grandes y marrones parecían contener una historia más grande de lo que un niño de su edad debería cargar.
--¿Cómo te llamas pequeño?-- le pregunto ella, agachándose para quedar a su altura
--Ricardo..-- respondió en voz baja
Carlos se acercó y le extendió la mano con una sonrisa cálida
--Bueno, Ricardo, ¿Te gustaría venir a casa con nosotros?
Ricardo no respondió al instante. La idea de una familia era demasiado grande para él. Pero cuando Carlos lo cargó en brazos y le revolvió el cabello con una sonrisa, algo dentro de él se sintió cálido.
--Tranquilo. A partir de ahora eres un Miller
Desde ese día, Ricardo iba a pasar a ser conocido como Ricardo Miller, pero, aunque él no tenía un apellido definido siempre queso llevar el nombre del convento que lo salvo de ese día oscuro
Capítulo 3: Un Nuevo Hogar
Los primeros meses en su nuevo hogar fueron extraños para Ricardo. No estaba acostumbrado a los abrazos constantes de Margarita ni a la risa ruidosa de sus hermanos.
La casa de los Miller era pequeña pero acogedora. Al llegar, Ricardo se sintió abrumado por los colores, los olores y las risas que inundaban el lugar. Antonio, el mayor, lo miraba con desconfianza, era serio y protector. Carlitos de 12 años, en cambio, le sonrió de inmediato era soñador y apasionado por la música. John de 10, era inquieto y siempre hacía preguntas y Rodolfo de 7, era el más travieso y el primero en llamarlo "hermano" sin dudarlo. Los 2 hermanos menores entusiasmados por tener otro hermano lo recibieron con una lluvia de preguntas.
--¿Te gustan los autos? ¿Sabes jugar a la pelota? ¿Tienes miedo a la oscuridad?
Ricardo apenas podía responder. Se sentía como un extraño en aquel mundo de risas y bullicio, pero poco a poco empezó a adaptarse. Por las noches, Carlos le contaba historias de su juventud, mientras Margarita le cantaba canciones de cuna que calmaban su corazón inquieto.
Capítulo 4: Hermanos y Descubrimientos
Una tarde, mientras la lluvia golpeaba contra las ventanas, Ricardo, escucho una melodía que zumbaba en sus oídos y cuando llego al origen de ese sonido se asomó por la puerta y encontró a Carlitos con una guitarra. Cuando lo vio Carlitos le dijo:
—¿Te gusta? Ven pasa te mostrare algo
—Proba esto, Ricky —dijo con una sonrisa.
Le puso el instrumento entre las manos y le mostró los primeros acordes. Ricardo tardó en coordinar los dedos, pero cuando finalmente logró sacar una melodía, sintió que algo despertaba en su interior. Desde ese día, la guitarra se convirtió en su mejor amiga. Pasaba horas practicando, sus dedos se endurecieron y la música comenzó a fluir de sus manos con naturalidad.
Capítulo 5: La Promesa
A medida que pasaron los años, Ricardo se convirtió en parte de la familia Miller. Sin embargo, siempre sintió que una sombra lo acechaba: el miedo a ser abandonado otra vez. Aunque los Miller lo trataban como a uno más, a veces, en la soledad de la noche, el recuerdo de aquella puerta de convento y la sensación de vacío en su corazón volvían a él.
Una noche de verano, Ricardo y Carlitos estaban en la terraza. El cielo despejado dejaba ver un sinfín de estrellas, y la brisa fresca acariciaba sus rostros. Carlitos tocaba suavemente la guitarra mientras Ricardo tarareaba una melodía. La música flotaba en el aire, mezclándose con los sonidos lejanos del barrio.
—¿Sabes, Carlitos? —dijo Ricardo, rompiendo el silencio—. A veces me pregunto qué hubiera sido de mí si ustedes no me hubieran adoptado.
Carlitos dejó de tocar y se recostó sobre el suelo, mirando el cielo.
—No sé, Ricky. Lo que importa es que ahora eres parte de la familia. Eso no va a cambiar nunca.
Ricardo suspiró, abrazando sus rodillas.
—Es que… a veces tengo miedo. Miedo de quedarme solo otra vez. Como cuando era chico y no tenía a nadie.
Carlitos se incorporó y le puso una mano en el hombro.
—Mira, hermano. Nosotros nunca te vamos a dejar solo. Somos los Miller, y los Miller siempre se cuidan entre sí. Pase lo que pase.
Ricardo lo miró, conmovido. En ese momento, sintió que el peso en su pecho se aligeraba. Carlitos le sonrió y le entregó la guitarra.
—Dale, toca algo.
Ricardo tomó la guitarra y comenzó a tocar una suave melodía. Los acordes llenaron el aire, creando una atmósfera mágica bajo el cielo estrellado. Carlitos cerró los ojos, dejándose llevar por la música. Cuando Ricardo terminó, ambos se quedaron en silencio por un rato.
—Mañana empiezan las clases —dijo Carlitos de repente—. Mejor dormite tranquilo. Vas a necesitar energía, y no quiero que lleguemos tarde el primer día.
Ricardo sonrió y asintió. Se levantaron y caminaron juntos hacia la casa. Al cruzar la puerta, Ricardo echó una última mirada a las estrellas. Aunque el miedo seguía ahí, algo dentro de él había cambiado. Tenía una familia. Tenía a los Miller. Y eso era todo lo que necesitaba.
Capítulo 6: Nuevos Amigos
El primer día de clases en la nueva escuela fue una mezcla de emoción y nerviosismo. Ricardo caminaba por los pasillos estrechos, sintiendo las miradas curiosas de sus compañeros. En el aula, se sentó en la última fila, tratando de pasar desapercibido. El profesor hizo las presentaciones, y pronto comenzó la lección. Durante el recreo, mientras se sentaba solo en un rincón del patio, un chico rubio y alto se le acercó.
—¿Vos sos el nuevo? —preguntó con una sonrisa amigable.
—Sí... me llamo Ricardo.
—Yo soy Tiziano Schneider, pero todos me dicen Tito. ¿Querés jugar a la pelota con nosotros?
Ricardo dudó un instante, pero al ver la sincera sonrisa de Tito, aceptó. Desde ese día, Tito se convirtió en su mejor amigo en la escuela. Compartían meriendas, se ayudaban en las tareas y soñaban con grandes aventuras. Tito siempre decía que quería ser piloto de avión, mientras Ricardo le confesaba su amor por la música. A veces, después de clases, se quedaban en el patio, inventando historias de viajes intergalácticos y mundos mágicos, mientras las luces del atardecer teñían de naranja el cielo.
Capítulo 7: La Vida en el Barrio
En las tardes, después de la escuela, Ricardo solía pasear por el barrio. Le gustaba perderse entre las calles angostas y descubrir pequeños rincones llenos de vida. Un día, Ricardo caminaba cabizbajo, pateando una piedrita por la vereda, cuando una pelota de fútbol rodó hasta sus pies. Al levantar la mirada, vio a un grupo de chicos jugando en un descampado, y entre ellos, Franco, un chico al que apodaban Frank moreno de ojos vivaces, loco y sin vergüenza a nada.
—¡Eh, pibe! ¿Me pasas la pelota? —le gritó Frank, levantando la mano.
Ricardo dudó un instante, pero terminó lanzándola de vuelta.
—¿Sos nuevo por acá? No te había visto antes.
—Sí… Soy Ricardo. Vivo con los Miller, en la casa de la esquina.
Frank le tiro una mueca diciéndole:
—¡Bienvenido al barrio, pibe! Yo soy Frank, ¿querés jugar?, nos falta 1.
Desde ese día, se hicieron inseparables. Pasaban las tardes jugando a la pelota, andando en bicicleta y explorando las calles del barrio. Frank le enseñó los mejores atajos para llegar a la escuela y los lugares secretos donde los vecinos guardaban frutas maduras que se podían "tomar prestadas" en los días de más hambre.
Era una tarde calurosa cuando decidimos dar un paseo por el barrio en busca de algún árbol frutal el cual sacar algún alimento para sesear el hambre del partido y durante el camino me puse a tararear una canción la cual tocábamos en las noches con Carlitos.
—¿Te gusta la música? —le preguntó Frank una tarde, al verlo tararear una melodía.
—Me encanta. Estoy aprendiendo a tocar la guitarra.
Frank a escuchar eso decidió mostrarle algo que tenía en su casa, donde le mostró una colección de viejos discos de rock y rap callejero.
—Pasaba horas escuchando música, soñando llegar algún día como ellos— decía Frank con cara de inspiración
Capítulo 8: Los Años Dorados
Con los años, la vida de Ricardo se llenó de melodías y amistades. Cada día era una nueva aventura, y cada noche, una nueva canción. La familia Miller lo apoyaba en cada paso, celebrando sus pequeños logros y alentándolo a perseguir sus sueños. Los días transcurrían entre risas, desafíos escolares y partidos de fútbol en la cancha del barrio, donde Ricardo perfeccionaba su talento musical con la guitarra que Carlitos le había regalado en su décimo cumpleaños.
Frank y Tito solían acompañarlo en interminables sesiones de práctica. Frank improvisaba letras mientras Ricardo creaba melodías y Tito marcaba el ritmo golpeando cajas o palmeando sus rodillas. A veces, se sentaban en la vereda hasta altas horas de la noche, soñando despiertos.
Capítulo 9: La Enfermedad
Pero la vida no siempre fue amable. Un día, la tranquilidad de la familia se vio sacudida cuando los padres Miller comenzaron a mostrar signos de fatiga y enfermedad. Al principio, nadie le dio demasiada importancia; después de todo, eran trabajadores incansables, y el cansancio parecía algo normal. Sin embargo, pronto las visitas al médico se hicieron frecuentes, y el aire en casa se volvió más pesado.
Ricardo intentaba mantenerse fuerte por sus hermanos, pero cada noche se refugiaba en la música para calmar el nudo en su garganta. Carlitos y Antonio tomaron las riendas del hogar, mientras Ricardo se encargaba de los más pequeños y ayudaba en todo lo que podía. Las risas de antaño fueron reemplazadas por susurros de preocupación y noches en vela.
Capítulo 10: La Despedida
El día que la enfermedad se llevó a los padres Miller, la casa quedó sumida en un profundo silencio. La familia se reunió en la habitación donde descansaban por última vez. Ricardo tomó las manos de su madre adoptiva, sintiendo la calidez desvanecerse poco a poco.
—Prométeme que nunca dejarás que esta familia se separe —susurró ella, con la voz apenas audible.
Con el corazón roto, Ricardo asintió, conteniendo las lágrimas.
—Lo prometo. Siempre estaré aquí para ellos.
La promesa quedó grabada en su alma, y cuando finalmente llegó el silencio eterno, Ricardo sintió que una parte de él se iba con ellos.
Capítulo 11: La Promesa eterna
El funeral fue un día gris. La lluvia caía suavemente sobre el cementerio mientras la familia Miller se despedía de sus pilares. Ricardo permaneció en silencio, sintiendo el peso de la responsabilidad sobre sus hombros. Miró a sus hermanos, cada uno lidiando con el dolor a su manera, y reafirmó en su interior la promesa hecha a sus padres. No permitiría que nada los separara.
Al salir del cementerio, con la cabeza gacha y el corazón en pedazos, Ricardo sintió que una nueva etapa de su vida comenzaba. Una etapa en la que tendría que ser fuerte por todos, aunque no tuvieran nada de dinero y nada de valor para aportar en la familia, pero siempre con el objetivo claro, no dejar solos a sus hermanos.
Capítulo 12: Una Nueva Oportunidad
El celular vibró en su bolsillo, sacándolo de sus pensamientos. Miró la pantalla: era Frank.
—¿Frank? —contestó, su voz temblorosa.
—Ricardo… —la voz de Frank sonaba seria—. Se lo ocurrido en Buenos Aires a cerca de tu familia, tengo algo para ofrecerte, es sobre la ciudad de Ara-both es una oportunidad única, hermano. ¿Estás listo?
Ricardo levantó la vista hacia el cajón de su padres y hermanos. El peso de la promesa seguía ahí. Cerró los ojos un momento, respiró hondo y apretó el puño.
—Tengo un problema— dijo Ricardo con voz de preocupación— Son mis hermanos, no los puedo dejar acá solos, desamparados.
—Tráelos contigo, la oferta nos podrá mantener a los 7, a mí, a ti, a tus 4 hermanos e incluso a Tito
—Sí es así, Frank. Estoy listo.
Con el corazón dividido entre el deber y el anhelo, Ricardo dio un paso adelante. El camino que le esperaba era incierto, pero sabía que, mientras tuviera a su familia y sus amigos, no estaría solo.
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